Lo común y el territorio #1

Seguro que en la memoria de muchos perviven aún los recuerdos de las luchas que se llevaron a cabo para poblar estas tierras que yacen hoy enterradas bajo capas de asfalto. Chozas hechas de esteras, ausencia de infraestructuras básicas, niños jugando en la tierra… Lo cierto es que hoy en día, apenas se ven por acá esas chozas, hay acceso al agua, se tiene luz, gas, casas de tres-cuatro pisos, carros, escuelas, locales comunales, etc. ¡Cuánto hemos progresado! Efectivamente, se ha progresado… en la integración en el sistema. No es mi intención cuestionar la legitimidad o no de aquellas luchas por mejorar las condiciones de vida, sería algo totalmente vano. Lo que es mucho más importante es que todo este proceso lleva un lado perverso, y es este lado oculto, oscuro el que quiero sacar a la luz.

Como digo, se ha progresado  no solo en cuanto a las mejoras de las condiciones de vida, sino, y esto es lo que me importa, en la integración en el sistema actual de desposesión y de engaño. Como resultado de todo esto las actividades que se llevan a cabo en Bocanegra, el tipo de urbanización que tiene, el tipo humano que lo habita hoy en día ya no corresponden tanto a un barrio que habitan unos pobres marginados y desfavorecidos, inadaptados a las exigencias del modelo socio-económico vigente, sino a un espacio urbano en el cual las lógicas mercantiles y estatales han entrado y se van asentando con fuerza cada vez mayor. Antes estábamos al margen, hoy nos han domesticado y la gran parte de aquello que nos constituye como sujetos obedece a las necesidades que tiene de desarrollarse y expandirse el Estado y el Capital. Y si aún estamos con un pié fuera de su mirada, no somos capaces de vivir de otra forma, de una manera que no reproduzca estas relaciones estatizadas y mercantilizadas.

¿No le preocupa eso a Usted? ¿Le parece que esto es mero signo del Progreso? Será, entonces, que anda demasiado despistado o despistada, pues hace mucho tiempo que el Progreso se ha revelado como miseria y destrucción; el Desarrollo hoy cumple la misma función que para los fascistas alemanes lo cumplía la raza, o para los comunistas soviéticos, la clase: ideales en nombre de los cuales destruir vidas de la gente. ¿O acaso no ve lo que pasa en la admirable Sierra o Amazonía que tienen la desgracia de pertenecer al Estado y que la gente que ha tenido la mala suerte de habitar allí se ve reducida a nada más que estorbo para el Progreso de la Nación en conjunto?

Una de las numerosas formas de destruir lo común es privando a la gente del espacio en el que vive, convirtiéndolo en un soporte del sistema capitalista: en algunos lugares el territorio se vuelve objeto de explotación minera, en otros, del turismo, en otros en soporte de infraestructuras de la agro-industria, del transporte, etc. Se trata  precisamente de conseguir que el habitante de una ciudad sea mero transeúnte en el mismo espacio donde vive, que no tenga ningún derecho a decidir cómo y para qué utilizarlo y que, además, lo tome como algo absolutamente normal. Y mientras permanezca en silencio, (o, como sucede lamentablemente en muchos casos, incluso saludando este robo con efusividad y alegría), será un buen vecino y ciudadano; ya sabe qué será cuando le diga “no” al Poder…

Estas tierras, en las que antaño la gente aún podía dedicarse al cultivo de la tierra, se han vuelto asfaltadas, cementadas y contaminadas hasta no poder más. Una vez que nos hemos desecho de la tierra, del apego a ella, nos hemos descubierto todos desarraigados e indefensos ante los infortunios que produce la marcha de la economía global. Como es obvio, un barrio periférico como Bocanegra no ofrece ninguna atracción turística, ni es fuente de abundantes recursos naturales, pero la privación del territorio aquí se aprecia sobre todo en las propias actividades de la población, en la proliferación de relaciones mercantilizadas, en el sistema de transporte (no olvidemos que estamos cerca de dos puntos neurálgicos de este Estado capitalista como lo son el aeropuerto Jorge Chávez y el puerto del Callao; y formamos parte, a fin de cuentas, de esta monstruosidad tentacular llamada Lima), en la creciente aparición de centros de consumo, entre otras cosas, las cuales hacen que el modo de vivir sea compatible con las exigencias del capitalismo, a pesar de las aún deficientes infraestructuras y sistemas de servicios. Siempre se puede exigir más y, lamentablemente, como sucede en muchos casos, los que están menos integrados quieren integrarse más, aspiran al Ideal de vida buena que el propio sistema vende cada día: quieren tener mejores autopistas, escuelas de mayor calidad, mayores ingresos para el consumo, más y mejor trabajo asalariado, un televisor más grande…

Estamos presenciando el desarrollo de una totalitaria jungla de cemento, asfalto y hormigón, donde se privilegia la circulación del vehículo privado y la hiper-conexión de transporte y de comunicaciones, se da la conversión de gran parte del espacio en zonas de consumo, con sus centros comerciales, restaurantes, hoteles, etc. Hoy se aprecia fácilmente en qué consistía la trampa con la que el Estado peruano convirtió su derrota en la más absoluta victoria: reconoció el derecho de la gente a ocupar estas tierras y vivir en ellas, pero instándole a vivir de tal forma que sea compatible con sus necesidades y, por tanto, sin que la vida de esta gente constituya amenaza para Él ni para su otra cara que es el Capital.

Seguramente hace tres-cuatro décadas pocos se podían imaginar que el capitalismo moderno no solo pasaría a explotarlos en el trabajo, sino también incluso cuando simplemente habitan un lugar. Aún en espacios como Bocanegra, que hoy por hoy sigue siendo muy periférico respecto a los flujos financieros de Lima, la vida de su población discurre sin alterar en nada las necesidades del Estado y del Mercado y, por el contrario, ya se ve impregnada por sus valores (obviamente, esos valores se nos aparecen como si surgiesen naturalmente de la población). El Capital necesita aeropuerto, necesita que compremos televisores y que manejemos carros, pero de nada le sirven comunas con apego a la tierra que viven en circuitos fuera del mundo de la mercancía y no rinden cuentas a ningún Ministerio (recuerden la comunidad agrícola El Ayllu en el Callao). Esta es una cuestión elemental que se ha de plantear: sin territorio liberado del Mercado y del Estado no hay posibilidad alguna de construir una vida autónoma, comunitaria, horizontal y en equilibrio con el entorno. Cada día de nuestras vidas es una derrota más, pero aún no es total.