¿Es sexista el lenguaje? Reflexiones en torno al lenguaje y la realidad

Lo que no se nombra, ¿no existe?

El lenguaje no sexista, lo mismo que, en general, el lenguaje políticamente correcto, por suerte para la gente de a pie, no suele traspasar muy a menudo las fronteras de las instituciones políticas, las académicas, mediáticas o de algunos círculos de activistas, aunque tampoco hay que descartar su entrada en el lenguaje corriente de la gente. Por otra parte, que el venerado Congreso español o una universidad tenga una guía del lenguaje inclusivo o algo similar no nos preocupa demasiado. Allá que hablen ellos como les dé la gana. Por suerte, el lenguaje es una fuerza muy difícil de atrapar y manejar. Pero, a pesar de todo, a veces resulta molesta esta seguridad con la que hablan algunos del sexismo del lenguaje, como si supieran perfectamente lo que dicen.

En España varios lingüistas intentaron mostrar sus reservas al respecto, pero debe de ser que lo que han apuntado no ha tenido mucho efecto. Como se trata de un asunto muy politizado, desde luego, no es nada fácil que se imponga la razón. En una entrada en Internet titulada “Aquello que no se nombra, no existe. O por qué es necesario comunicar con justicia de género” se dice explícitamente: “Acabamos de publicar la guía de comunicación género-inclusiva. ¿Y por qué? Porque el lenguaje y la comunicación son herramientas muy poderosas, también para luchar por los derechos humanos [cursiva mía]”. Nos ahorran el trabajo de descifrar sus intenciones: la idea es convertir la lengua oficial en un instrumento al servicio del feminismo y de los derechos humanos. Pero el problema no reside solo en ese uso político (pues es habitual que el lenguaje lo tenga), sino también en que tal uso se deriva de una equivocación respecto a lo que es el lenguaje.

Para empezar, el hecho de que “lo que no se nombra, no existe” es más complejo de lo que pueda parecer a primera vista. Tal afirmación conlleva su contrapartida: “lo que se nombra, existe”. Me imagino que el uso del cultismo ‘existir’ aquí implica una especie de sinónimo para ‘hay’, que utilizan los simples mortales. Pues bien, hay que anotar que se nombran en nuestra lengua ‘orco’, ‘unicornio’, ‘Satanás’ y también ‘Napoleón’, por poner solo unos pocos ejemplos, que sí existen como entes reales, esto es, como ideas que forman parte de la realidad, aunque solo sea en cuanto a ficción, fábula o personaje de la Historia (en el caso de ‘Napoleón’). Pero el hecho de que se nombren ‘orcos’ no hace que, por allá, por debajo de nuestras ideaciones acerca de la realidad, los haya. Y, por otra parte, en efecto, para que algo sea real o perteneciente a la realidad tiene que ser denominado con un nombre, o sea, ser sabido e ideado. Para que la manzana sea lo que le corresponde por su significado, tiene que tener un nombre, tiene que tener una idea de lo que es ‘manzana’ a la que se reducirá cualquier manzana que se pueda encontrar por el mundo. Pero lo que parece claro también es que lo que haya por allí, de desconocido, no se agota en la realidad (en lo que existe), que es conocida y sabida, la realidad no puede dar cuenta de todo lo que hay, y por eso es que los significados de las cosas nunca están perfectamente definidos.

Agustín García Calvo describió detalladamente que la Realidad no es todo lo que hay en su ¿Qué es lo que pasa? (2006); remito a esa obra al lector que quiera profundizar en estas cuestiones, sin duda, apasionantes. Así que por mucha repetición del eslogan que debe de parecerles infalible (‘lo que no se nombra, no existe, majete’), su denuncia del sexismo del lenguaje no resulta muy convincente: no convence ni su concepción de lo que es realidad ni la implicación del lenguaje en su construcción.

Se comprende perfectamente que la realidad no puede constituirse sin la mediación del vocabulario semántico de un idioma, de las palabras que tengan un significado semántico (‘mesa’, ‘burro’, ‘alma’, etc.), que no es otra cosa que la idea que se tiene sobre algo. Nos acercamos a las cosas por medio de nuestro lenguaje, a la manzana real solo podemos acceder por medio de asignación de un nombre y de constitución de una idea de lo que es la manzana. Gustav Landauer (2015:30), en su ensayo Mística y Escepticismo de 1903, en la que partía de los hallazgos de Fritz Mauthner, revelaba: “¡Cosmovisión! No es otra cosa que nuestro léxico, y el léxico es nuestra memoria, y a la inversa.” Y cuando apuntaba, en el mismo ensayo, que “el pensamiento por conceptos no puede conducir a nada más que al intento de asesinato del mundo viviente” y, más tarde, “en lugar de incorporárnoslo [el mundo], lo hemos descorporeizado, rogándole ingresar a los vacíos apartamentos de nuestras asociaciones y conceptos universales” (2015:34-35), me parece que percibía con bastante claridad que había un abismo insalvable entre lo que de palpable, desconocido y viviente había en el mundo, por un lado, y las ideas y los conceptos que hacíamos de todo ello (nuestra realidad) por medio de la actividad lingüística.

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El género gramatical y la invisibilidad social de las mujeres

El lenguaje, desde luego, puede servir para muchos usos. Es indudable que en el enunciado “Todos los jefes se reunieron para cenar junto con sus mujeres”, el uso de la lengua por parte del hablante refleja, en efecto, el dominio patriarcal de nuestras sociedades: pues refleja que los jefes son, por defecto, hombres, mientras que sus mujeres en la frase aparecen como si fueran sus accesorios personales. También los cambios sociales quedan reflejados en el léxico, cuando aparecen las ‘directoras’, las ‘juezas’ o las ‘presidentas’. Hasta allí no hay ningún problema. El léxico, de alguna manera, revela nuestra realidad, nuestra cosmovisión idiomática. Aunque… ya me dirán qué es lo que ven de anti-patriarcal en el hecho de que, sumadas a los hombres, haya presidentas o jefas de administración mujeres para seguir sosteniendo instituciones tan masculinas y patriarcales como la de presidente o la de juez.

Pero la cosa ya no queda tan clara cuando las feministas van más allá del léxico, que solo es una capa, seguramente la más fácilmente accesible a la consciencia personal, de la lengua. La misma insistencia y tozudez que muestran los sobrevivientes del marxismo-leninismo, que son capaces de encontrar los elementos de la lucha de clases en un plato de lentejas que se les ponga por delante, la muestran algunas feministas que han sido capaces, por ejemplo, de encontrar una de las fuentes del sexismo en el género gramatical de la lengua española y en las reglas de concordancia entre los elementos de la oración en función de él. Como el pronombre masculino ‘ellos’ es la opción que se utiliza para anular una oposición entre este y el pronombre femenino ‘ellas’ (en una oración que haga referencia a hombres y a mujeres a la vez, tipo ‘Ellos están ya aquí’, donde el pronombre masculino sirve para aludir a ambos), deducen que esto es una evidente invisibilización de las mujeres en la sociedad.

Por esta razón, pretenden algunos pasar por alto el sencillo hecho de que el género masculino sea la opción no-marcada en las oposiciones privativas (para hacer la concordancia sintáctica) y afirmar, a cambio, que se trata de un instrumento del sexismo, como en la frase (1), donde el lenguaje acometería el pecado mortal:

  1. Sus tíos (masc.) y su prima (fem.) eran todos (masc.) altos (masc.) y morenos (masc.).

Esta frase se tomaría como si esas palabras, nombres y adjetivos que concuerdan con ellos, tuvieran sexo de las personas a las que pretenden aludir. Es absurdo, pero así se lo toman algunas feministas. No obstante, ¿qué haremos, entonces, con las distinciones tipo ‘el policía’ y ‘la policía’? ¿No se ve, acaso, que aquí la distinción que marca el género gramatical nada tiene que ver con el sexo y la dominación patriarcal, sino con la separación entre un término que alude a una unidad (‘el policía’) y otro que lo hace respecto a un conjunto (‘la policía’)? ¿Que solo se trata de un asunto gramatical? Si uno se pone escudriñar la lengua española, encontrará innumerables ejemplos que contradicen la afirmación de que el genérico masculino gramatical invisibiliza a las mujeres (‘cuchillo’ y ‘cuchilla, ‘manzano’ y ‘manzana’, etc.). Esa no es su función. Decía el gramático García Calvo (en su conferencia Lenguaje contra cultura, 1992), con una gran labor a sus espaldas en torno al lenguaje, al respecto de esta guerra declarada por los feministas al lenguaje: “Está claro que la gramática más profunda de las lenguas, cuando se analiza, no revela ninguna relación ni con el tipo de sociedad ni con la visión del mundo; nada. Pero, en cambio, el vocabulario semántico sí: la revela hasta tal punto que podemos hablar de identidad. El vocabulario semántico de una lengua es su visión del mundo, la visión del mundo de la tribu correspondiente: es su Realidad.” Creo que estas formulaciones respecto al lenguaje y la realidad son bastante más exactas y, desde luego, mucho más rigurosas.

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Desdoblamientos y la comunicación

Incluso si salimos del campo gramatical y nos adentramos en el de la comunicación verbal, nos podemos encontrar con que algunos puntos esenciales del lenguaje no sexista y de su diatriba contra el género gramatical conducen a situaciones bastante graciosas. Si nos atenemos a lo que nos sugieren algunas investigaciones en el campo de la pragmática de corte más cognitivo, la comunicación verbal se puede explicar por el principio general de relevancia, esto es, que quien escucha una frase cuenta con que esta sea pertinente y valga la pena procesarla. El oyente, además, espera que el emisor sea lo más relevante posible (dentro de los límites de sus capacidades comunicativas y cognitivas), que no haya descompensación entre el esfuerzo al que se le expone al oyente para entender algo y la “recompensa” cognitiva que sacará este último al interpretar lo que se le ha querido comunicar. Pues bien, creo que, a excepción de casos en los que alguien raye en el fanatismo, en una reunión de hombres y mujeres, la frase (2) …:

  1. Todos tenemos que estar preparados y atentos para lo que se nos viene.

… es, desde el punto de vista lingüístico, más óptima y relevante (y no es, por ello, más patriarcal) que la siguiente (3):

  1. Todos y todas tenemos que estar preparados y preparadas y atentos y atentas para lo que se nos viene.

¿Por qué? Creo que el lector por sí mismo intuye el motivo. Porque todos esos desdoblamientos en el ejemplo (3) (‘todos y todas’, ‘preparados y preparadas’, ‘atentos y atentas’), reclamado por los hablantes del lenguaje no sexista, no añaden nada al significado codificado gramaticalmente en el ejemplo (2), ni tampoco a lo que queda implícito (sin ser propiamente dicho) en el enunciado, y lo único que de verdad hacen es aumentar la carga del procesamiento sobre los oyentes sin justificación ninguna. Lo único que podrá deducir el oyente, como una especie de explicación de lo sucedido, es que el hablante en (3) debe de ser o un activista feminista o un cargo institucional que quiere ceñirse a una guía del lenguaje inclusivo, tiene mucha consciencia social y los machaca con desdoblamientos a troche y moche haciendo que una charla de 5 minutos dure el doble de tiempo sin que, por ello, añada nada relevante a lo que dice. Algo similar le sucede al oyente cuando tiene que entender lo que le intenta decir alguien que es vago o redundante al hablar (dice mucho para decir poco): la redundancia que pueda mostrar un hablante es su rasgo comunicativo personal, no pretende añadir nada al significado gramatical, ni siquiera al significado que queda implícito en lo dicho.

Supongo que ya siente el lector que en este ejemplo se trata muy poco del lenguaje y mucho de cosas como la cultura y las normas sociales o la consciencia y la voluntad personal. Porque para hilar toda esa oración (2), para construirla de acuerdo a las reglas sintácticas y prosódicas de su lengua, su consciencia no ha intervenido para nada. Más bien, su exceso de conciencia hace que estropee su discurso con producción de giros innecesarios en (3). La insistencia en visibilizar a las mujeres, a toda costa y conscientemente, a veces produce la molesta sensación de que con eso, más que hacerse algo en contra del dominio patriarcal, solo se estropea lo que funciona bien sin la intromisión de la consciencia.

Cuando alguien utiliza constantemente en su discurso estos desdoblamientos (en algunos casos, eso sí, su uso puede estar justificado en términos comunicativos, pero no tal y como se lo imaginan las feministas), sin que tengan una finalidad lingüística ni comunicativa, dudo mucho que lo haga porque haya entendido una pieza del aparato gramatical, su funcionamiento, las lógicas de su cambio en el tiempo o de su adquisición por parte de los niños, sino probablemente porque obedece a la politización del asunto (o sea, se trata de una finalidad social, no lingüística), porque, por ejemplo, quiere mostrar que es fiel a las corrientes políticas de tintes feministas y que se ha creído que así combate el patriarcado. Cree que cambiando cosas en el lenguaje cambia la realidad. Pero en esto, una vez más, podría, por ejemplo, fijarse en el marxista-leninista: por mucho que uno se empeñe en pronunciar en pleno siglo XXI ‘la clase obrera’ o la ‘lucha de clases’, estas no se hacen más verdaderas y palpables. La relación entre el lenguaje y la realidad debe de ser más compleja. Será que no les convence a algunas feministas la explicación de que el género gramatical (que, no se olvide, tampoco es presente en todas las lenguas) no sea más que un instrumento de clasificación del vocabulario de un idioma. Se sabe muy bien que las lenguas se las ingenian para clasificar su inmenso vocabulario de muy distintas maneras, y una de ellas (solo una de ellas) es el género gramatical, como es el caso del español o del ruso, habiendo otras formas distintas de clasificación del vocabulario. ¿No será que en la gramática del español se recurre al género para distinguir, por ejemplo, charcos y charcas? ¿Es que también una charca tiene sexo femenino y es invisibilizada constantemente por algún viril y machista charco?

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La separación entre la gramática y la cultura

El uso por parte de hablantes, a nivel del vocabulario semántico, puede reflejar, como he dicho ya antes, las relaciones patriarcales en la sociedad. Por medio del lenguaje y de las ideas que se tienen sobre el mundo un hablante puede confirmar o desmentir muchas cosas, pero el lenguaje en sí no tiene sexo ni es sexista. Si el género gramatical de verdad tuviese algo que ver con la invisibilización de la mujer en la sociedad, ¿no tendríamos en las sociedades, cuyos idiomas no disponen del género gramatical en su aparato lingüístico (que no son pocos, por cierto), ejemplos de sociedades más igualitarias en cuanto a las relaciones entre los sexos, unas sociedades donde las mujeres tuvieran mayor visibilidad social? El hecho es que, en lo que nos consta, independientemente de si el idioma que se habla tiene o no el género gramatical, las sociedades son bastante machistas y sexistas. Solo este simple hecho ya de por sí evidencia que el establecimiento de la relación entre el género gramatical de un idioma y la invisibilización de la mujer en la sociedad patriarcal es muy dudoso y no tiene rigor. Creo que es mucho más fructuoso buscar las fuentes del patriarcado y del sexismo en la cultura y en las ideologías, y no en el aparato gramatical de una lengua.

Veamos un pequeño ejemplo y hagamos un pequeño análisis:

  1. The novelist who wrote that book was a woman.

Ahora pensemos: es muy probable que algunos lectores que entiendan el inglés, al empezar a leer el sintagma ‘The novelist’, habrían pensado, sin querer, en un hombre. De hecho, no he escogido un ejemplo en inglés vanamente. Es un idioma en el que el género gramatical es ausente y no hay necesidad de concordancia según él (más allá de los pronombres tipo he o she, her o his, etc.), y, a pesar de ello, no sería extraño que el que se encuentre con esta oración (4) en un principio, antes de que llegue a procesarlo por completo, piense en un novelista hombre. La cuestión es que justamente nada en esta frase, nada gramaticalmente, en términos del aparato lingüístico: ni el sustantivo ‘novelist’, que no tiene ningún género gramatical, ni ‘who’, ni el verbo ‘wrote’, ni en los demás elementos (a excepción, naturalmente, del sustantivo ‘woman’), no hay nada gramatical en ellos que nos esté indicando de que se trata de un hombre. Pero, a pesar de ello, se puede dar esa circunstancia en que uno, al interpretar la frase (4), en un primer momento pueda bien imaginar de que se trata de un hombre, y solo cuando la frase se completa, desecha esa interpretación.

Allí está un ejemplo para diferenciar lo que es puramente lingüístico, gramatical, de lo que es lo cultural y lo personal de cada uno. Es lo cultural, las ideas que tiene uno sobre la realidad lo que puede llevar a un hablante a pensar al inicio en un hombre, no la gramática de su lengua. Como uno de costumbre está habituado a un mundo en el que la Cultura y las Ciencias han sido tradicionalmente reservadas casi exclusivamente a los hombres, puede reflejar tal dominio tradicional masculino en su propia interpretación del enunciado. Pero esa especie de enriquecimiento del significado lingüístico no proviene de la gramática, sino de las ideas personales, de la cultura y de la sociedad. La comunicación verbal implica una interacción entre elementos puramente lingüísticos, que no tienen mucho que ver con las relaciones sociales, que se utilizan de forma automática e inconsciente, con los elementos de tipo cultural y contextual que sí lo tienen y que sí son conscientes e intencionales.

La sintaxis del enunciado (4), con sus reglas de concordancia y lo demás, no nos dice nada respecto de las relaciones sociales, no hay más que relaciones gramaticales, que los hablantes utilizan sin ni siquiera ser conscientes de cómo las usan. A la gramática, no le importa en absoluto que la novelista aludida sea mujer u hombre (a la gramática no le importa en absoluto quién dice ‘yo’, pues justamente ese ‘yo’ gramatical no es la persona real que utiliza ese índice para referirse a sí misma). Ahora bien, en la comunicación se da todo un proceso ostensivo-inferencial, paralelo al de la descodificación lingüística, en el que las ideas personales, el conocimiento, los recuerdos, las opiniones, el uso deliberado de los términos y las inclinaciones personales o sociales, efectivamente, juegan un papel clave. También juega un papel clave el uso intencional de la lengua, las capacidades comunicativas del emisor o del oyente, etc. Pero son ya elementos más cercanos a la cultura que al aparato gramatical.

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El lado político del asunto

Para combatir el patriarcado, como para combatir cualquier otra cosa, hay que apuntar allí donde se puede hacer daño al enemigo. Si para eso se ataca la sintaxis o la fonología de un idioma, la lucha no va a prosperar: solo generará más confusión y desperdicio de energías absolutamente inútil. Y es una de las características de nuestra sociedad: el desperdicio de la vida en debates y discusiones que no sirven más que para matar un rato y no darse cuenta de lo que pasa alrededor. En nuestra sociedad, mires por donde mires, te encontrarás con muchos brazos que sostienen palos, en todo momento dispuestos a descargarlos sobre alguna espalda, pero quienes los sostienen suelen estar ciegos.

Esa voluntad de poner todas las manifestaciones de la vida al servicio de los ideales políticos y sociales no parece sino una manifestación de la expansión del Poder político que quiere manejar, según sus conveniencias, no solo la naturaleza, el tiempo, el gusto o la salud de las masas sino también la lengua que habla la gente. Pretenden que también la lengua sea parte de su botín político y sirva a sus fines. Y ya sabemos la triste historia de los pobres idiomas, convertidos en armas culturales de los nacionalismos de toda índole. Es muy sintomático que se haga uso, para los fines liberadores del lenguaje no sexista, de instituciones del Estado y similares. Es notable constatar que ese largo tiempo de luchas feministas ha venido a parar en el refuerzo y la confirmación del Estado (lo mismo que les ha pasado a los marxistas y los comunistas de antaño, y lo que les pasa a los nacionalistas, obsesionados con la idea de Estado). Cada vez que se ha pretendido una Justicia, se ha abierto una forma de Inquisición. Esto no cambia. Esa voluntad es por esencia contraria a cualquier aliento de vida, de rebelión y de libertad.

Solo quiero insistir en una simple cosa que repetía tanto García Calvo y que no debería olvidarse jamás y que también tiene una implicación política (pero contraria a la política de los políticos profesionales y activistas que tienen cargadas sus municiones con muchas buenas intenciones): que la lengua no es propiedad de nadie (de hecho, cualquier hablante habla perfectamente bien en su lengua sin ser consciente de ella) y que, por ende, no hay órgano central ni voluntad política que pueda manejar la gramática de la lengua. Es de cualquiera. ¡Escuchad, los aspirantes a revolucionarios y rebeldes!: sobre el aparato gramatical de la lengua, alejado en su gran parte de nuestra consciencia, no hay manera de establecer relaciones de propiedad ni de dominio. No os dejéis engañar, ni siquiera cuando el engaño viene acompañado de buenas intenciones (me pregunto cuándo no viene acompañado de ellas), por esas pretensiones de quien sea: un partido, un gobierno, una institución social o política, que quiera imponer su voluntad sobre él. La voluntad va ligada a lo cultural, no a lo gramatical. Lo gramatical es lo que vive debajo de nuestras consciencias personales. No hay que olvidar que la lengua actúa tanto para establecer ideas, como la idea de ‘mujer’ o la de ‘hombre’, y así es como participa en la construcción de la realidad, como para deshacer esas ideas y actuar en su contra. Hay una guerra constante entre el lenguaje y la realidad que se establece por medio de consagración de significados. Pero el lenguaje, en sus estructuras más profundas, no es de nadie (‘yo’ es de nadie, ‘tú’ es de nadie): ni de los políticos, ni de los académicos, ni de los activistas biempensantes y aparentemente radicales, ni de los feministas ni de la madre que nos parió.