«El mundo que vais a hacer, más os valiera no verlo»
Agustín García Calvo, Carabelas de Colón
No extraña mucho que, viendo lo enferma que está la sociedad desarrollada y el tipo humano insustancial y embrutecido que se forma en el corazón del Desarrollo y en sus márgenes, pues, como decimos, no extraña tanto que algunos de los que estamos hastiados de tanto embrutecimiento generalizado echemos la vista hacia los restos de lo que aquí llamamos pueblos indígenas, nativos o hasta primitivos, con una especie de ligera esperanza de encontrar en ellos lo que a nosotros nos falta. Para mirarlos con los ojos llenos de todo aquello que quisiéramos tener aquí y no tenemos, pues vivimos en el reino del ruido, de las informaciones (frescas ellas, las de cada día) y la diversión, que envuelven, con su cobertura luminosa, el reino verdadero: el del aburrimiento, de la depresión (y su contrapar en forma de la felicidad del idiota) y del vacío. Para encontrar gentes y tradiciones que aún pueden discernir cuando conservar es menos dañino que progresar a ciegas. Para volver a toparnos con hombres y mujeres entre los que no te encontrarás en cada esquina (ya digitalizada, ya conectada a la red mundial donde todos se conectan porque no tienen mejor cosa que hacer) con un influencer de turno dispuesto a encontrar, hasta debajo de las piedras, a los ávidos consumidores de sus indigestos contenidos (lo peor de todo, es que lo consigue).
Pero, ay, como suele pasar con las ilusiones, una mirada un poco más detenida sobre las cosas las hace saltar por los aires. Es que de entrada uno se engaña cuando se hace esas ilusiones, pensando que aún quedan mundos que no son este mundo nuestro, que están fuera de él, que son distintos, como pequeñas islas de autonomía y tradición en medio de un embravecido mar de una dependencia extrema, el sinsabor y el sinsentido. Y que es que ya apenas queda algún resto de un mundo separado de este en el que estamos pudriéndonos y debatiéndonos entre sus basuras y desechos, pues todas esas tradiciones, que aún oponen resistencia a su descomposición dentro del mundo del Desarrollo digitalizado, son presa tanto del Estado y de las empresas, de los negocios lícitos e ilícitos, como también de nuestra Ciencia y nuestra Academia, de nuestras ideas y creencias. Para nuestra sociedad, los indígenas constituyen un problema por resolver, así que los académicos y los voluntarios, los cooperativistas y los activistas de toda laya corren de prisa para atender la ‘cuestión indígena’. Los expertos se hacen preguntas acerca de sus miserias y problemas, mientras que los académicos escriben toneladas de artículos sobre sus rasgos, sus ideas y sus reivindicaciones. Se les capacita y se les empodera, se les informa y se les instruye para que puedan entrar al mundo que se los está tragando en tanto que comunidades. En definitiva, están ya dentro de nuestra sociedad, de una u otra forma.
Ciertamente, es fácil que uno se engañe en este sentido, pues hoy, como nunca, se habla de la interculturalidad y la diversidad cultural, de los retos de por aquí y de por allá y de las identidades de toda índole, cada una competiendo en singularidad con las demás. Y solo después de un tiempo uno se da cuenta de que todas esas numerosas reuniones y debates en torno a la diversidad cultural, todo el tinglado que se monta alrededor de esto, son simplemente como una especie de una celebración funeraria, donde la pobre fallecida es justamente esa diversidad cultural, que, como suele pasar con los muertos, se vuelve inofensiva para los vivos y se le recuerda solo con palabras llenas de aprobación, compasión y bondad. Solo de una diversidad amortecida e inofensiva pueden tratar con esa benevolencia y hasta preocupación los expertos académicos y los ejecutivos estatales y empresariales. Cuando esta, en cambio, está viva, cuando brotan de ella impulsos llenos de vitalidad, se la combate de una u otra manera.
Como el idioma revela ya de por sí cierta ideología del grupo que lo habla, un análisis del vocabulario de los representantes (los más activos y los que más contacto tienen con los que vienen a empoderarlos y capacitarlos) de esas culturas y tradiciones que aún permanecen de pie evidencia ese trance en el que estamos: en el que todos esos pueblos se van asimilando e integrándose (con más pena que gloria) en la sociedad industrial. Por poner solo unos pocos ejemplos, pero que son muy sugerentes: la ‘autodeterminación de los pueblos’, el concepto que han añadido algunos comuneros a su vocabulario en tanto que una reclamación política. Aquí no se trata de estar en contra o a favor de esa autodeterminación, sino del mismo hecho de entrada de ese término en el léxico de los líderes y luchadores indígenas. Ahora mismo carecemos de la información de si un término similar haya habido en algunas lenguas nativas del territorio peruano, pero poca duda cabe de que el concepto de autodeterminación de los pueblos sea un producto sociolingüístico de la sociedad occidental y de sus ideologías políticas, muy relacionado con otros conceptos como ‘nación’, ‘voluntad del pueblo’, ‘Estado’, etc. Tampoco nos cabe la menor duda de que muchas personas procedentes de nuestras sociedades ultra-desarrolladas apelan a este término y promueven la autodeterminación de los pueblos indígenas de América con las mejores intenciones, con honradez y el corazón lleno de buena voluntad y sentimientos. Ahora bien, lo que es importante, en relación a lo que estábamos diciendo sobre la integración de estos pueblos en la sociedad única, es que el uso de este tipo de términos por las gentes de estos pueblos revela que lo que se ha conseguido de forma inmediata es su inclusión en la Ley y el Derecho de esa sociedad, de esa cultura que los está devorando, que se los asimila a nuestros esquemas ideológicos y al modo de funcionamiento de la sociedad industrial. O sea, que dejan de ser diferentes. Ese es el precio que se paga. ¿No dicen que por la boca muere el pez? Pues, ahí está. Ya puede cada uno hacer los cálculos correspondientes de lo que vale más la pena.
En verdad, no hay mejor manera de acabar con estos restos de mundos diferentes y relativamente independientes del Leviatán (o de la Mega-máquina o como se prefiera) que por medio de su integración en el seno de la sociedad estatal. El resultado (esperable) de dicha integración es que los “de fuera” acaban hablando y pensando de la misma manera que “los de adentro” y su diferencia y su misterio se neutralizan, se empalidecen y pierden su sustancia. Se vuelven trasparentes, fácilmente entendibles para los gestores de la sociedad industrial. Tal asimilación llega a casos bastante extremos, en los que algunas comunidades amazónicas en Perú, por ejemplo, pretenden “conservar” sus tradiciones y sus modos de vivir gracias “al uso sostenible de recursos naturales” y “el turismo vivencial”. Uno, en verdad, no sabe si este tipo de expresiones han sido enunciadas por algunos comuneros desde la amenazada Amazonía o por algún universitario europeo que colabora con alguna ONG en pro del eco-desarrollo y busca ‘experiencias’ alternativas para su desarrollo y crecimiento personal (aprobado y recomendado por los especialistas en determinada versión de psicología).
El patético y apenas disimulado paternalismo de la cultura dominante respecto a estas tradiciones y culturas amazónicas provoca náuseas. Hasta ahora el Estado ha sido abiertamente hostil en relación a estas tradiciones y las ha destrozado y saqueado de una manera indignante. Ahora el paternalismo del Estado técnico viene a sustituir la vieja hostilidad racista: se levantan, una vez más, con más bajones que subidones, las políticas de Interculturalidad y de Caridad, para ayudar a esos “pobres” a sobrevivir. Primero se los ha masacrado. Y ahora se pretende conectarlos a los respiradores artificiales del Estado y de la Empresa. Incluso se llega a una especie de idealización y de romantización de estas culturas dentro de la sociedad industrial, pues tan notorio es el hastío de estar encerrado siempre en ella que cualquier otra cosa parece ser un destello del Edén perdido. Se sabe muy bien que estas tradiciones están tan debilitadas porque se las ha destrozado, se ha envenenado la tierra de la que vivían, se ha burlado de sus visiones sobre el mundo (diciendo que eran muy atrasadas respecto a la visión científica en la que se apoya el Estado). El nuevo paternalismo viene a completar la humillación: el verdugo histórico se compadece de su propia víctima, la víctima ahora es el objeto de su caridad, del empoderamiento y de la capacitación que le brinda su verdugo. Todo este giro se explica por el hecho de que estas comunidades están sufriendo las recientes etapas de la expansión de la sociedad industrial (o como se llame) que pretende incorporar estas tierras, junto con sus habitantes, a sus esquemas y planes de gobierno y economía. No en vano, uno de los problemas de mayor gravedad que sufren ahora muchas de las comunidades amazónicas no es otro que la descomposición comunitaria y su sustitución por el Estado.
La integración intercultural, en fin, debemos entenderla como lo es en realidad (y no perder el tiempo debatiendo una quimera intelectual de los académicos): una forma sutil y progresada de desintegración de estas comunidades para organizar el saqueo legal y normalizado de las tierras que estas habitan. Es muy difícil dominar a alguien que tiene una escala de valores opuesta a la tuya y se mantiene en sus trece, pero si el indígena empieza a creerse que la tierra es un saco de recursos a explotar para hacer negocios y “salir adelante” (o sea, «desarrollarse»), que sus propias costumbres y tradición son un filón que se puede rentabilizar en el mercado turístico, si le convences de que hay un desarrollo bueno al que puede aspirar (en contraposición al desarrollo malo que padecen), entonces la cosa ya marcha mejor: el indígena empieza a guiarse por los mismos esquemas ideológicos que aquellos que lo han capacitado desde el Estado y las ONGs y, por ende, ya no es una fuerza contestataria al totalitarismo productivista e industrial reinante, es una fuerza que suma esfuerzos para su apuntalamiento.
Es importante, por lo tanto, entender que, en el caso de estas comunidades, el problema no radica solo en las formas más violentas y brutales de la industrialización y del saqueo. Es evidente que estos pueblos han sido invadidos, saqueados, han padecido violencias de todo tipo. Pero el problema es más amplio y grave: el instrumento más potente del Poder actual es la asimilación y la integración. Y estas, normalmente, discurren por vías no violentas, sino todo lo contrario: para dominar sobre esos territorios y neutralizar el peligro de la diferencia que en ellos puede habitar, este instrumento, en vez de excluir (que sigue siendo también utilizado muy a menudo), integra, incluye esa diferencia dentro de su ser (que, como ya hemos dicho, incluso puede llegar a tener aspectos de idealización y de romantización), una vez que se neutralizan sus peligros y venenos, una vez que se suavizan sus asperezas y se vacía de contenido el corazón mismo donde se conservaba la fuente de aquella diferencia. Son formas más progresistas y democráticas de dominio, mucho más sutiles y sofisticadas que las formas más autoritarias y sangrientas. En América Latina, hoy en día, se pueden observar ambas. Lo más probable es que dentro de un tiempo, por medio de combinación de ambas formas del instrumento de dominio, la parte de la Amazonía que nos recuerde que allí antes hubo una selva con vida propia, será reducida a las reservas naturales debidamente protegidas por los sectores ecologistas del Estado, mientras que toda la demás Amazonía se incorpore, de una vez y para siempre, a las autopistas del Desarrollo… ambas cosas sellarán su muerte y su sustitución por sucedáneos de ‘lo amazónico’ artificiales, vacíos y manipulables científica y técnicamente para favorecer el mantenimiento del sistema desarrollista.
Como lo que aquí se dice puede parecer muy sombrío y pesimista, hay que recordar que, como no hay futuro, la condena nunca es segura del todo. En cada momento hay cosas que están en juego. Es cierto que las comunidades amazónicas tienen demasiados frentes abiertos y no dan abasto: la guerra, que en su contra llevan el Estado y el Capital, se manifiesta con distintos rostros, legales e ilegales, abiertamente violentas o más disimuladas. Más aún, hay un problema al interior de estas comunidades, pues, empiezan a descomponerse desde dentro: los lazos comunitarios ceden ante el arraigo del Individuo, el portador por excelencia de la idea de Estado. Pero, aun así, el sistema que los tritura tampoco es omnipotente ni está nada claro que pueda con todo. Da fallos, y esos tienen que aprovecharse. Ahora bien, y de eso hablaremos más detenidamente en otro momento, la duda que tenemos es la forma de proceder de los rebeldes en esta guerra: aquí desconfiamos mucho de la defensa positiva de estas comunidades, que, además del peligro de caer en la idealización de la que hablábamos al principio, se presta con mucha facilidad a la asimilación – en esto último insistía mucho y con toda la razón Agustín García Calvo. Contrariamente, y siguiendo una vez más las recomendaciones del zamorano, lo más sensato en esta guerra parece ser el ataque directo en contra del enemigo, en contra del Leviatán, en contra de la guerra y del desorden que produce el imperio del dinero. Es lo que se puede hacer desde dentro de la sociedad industrial.