Expectativas políticas, libertad y publicidad

Decía Anders que “no daremos en el clavo mientras veamos en la publicidad solo un hecho más entre otros”, pues “desde el momento en que todos los objetos de todo tipo se han contagiado de los objetos del actual tipo dominante, a saber, del tipo mercancía, vale más bien decir que nuestro mundo es, ya de antemano, un universo de publicidades. Consiste en cosas, que se ofrecen y nos solicitan. La publicidad es un modo de nuestro mundo[1]. La publicidad también es lo que da su forma y carácter a lo que llamamos en los países desarrollados ‘libertad’. No es solo que nuestra concepción de libertad sea también el objeto de la publicidad, que lo es evidentemente, sino que se nos la presenta como la amplitud de la oferta y el derecho a escoger según el gusto o la opinión personal. La libertad de hoy es, en cierto sentido, esa abundancia de la oferta en la que uno está invitado a escoger lo que le conviene, lo que le gusta o a lo que puede aspirar.

Si asumimos el hecho que explicaba Anders, de que la publicidad es un modo del mundo en que vivimos, y razones para ello no faltan, se sobreentiende que nada hay más ingenuo que pensar que una persona o una organización de personas pueden desarrollar una actividad política institucional sin que ella se vea determinada por este modo publicitario de nuestro mundo. Evidentemente, ningún partido político puede escapar de esto, sea de izquierdas o de derechas (una distinción que hay que coger con pinzas hoy en día): de hecho, los partidos de izquierda, para tratar de persuadir a los indecisos electorales de que ellos constituyen, por ejemplo, una forma diferente de hacer política o incluso una política revolucionaria, no pueden hacer otra cosa que recurrir a la publicidad, publicitándose, precisamente, como ‘izquierda’, como algo que viene a subsanar los males de la sociedad causados por los señores del Capital. No es cuestión de voluntad ni de intención; es que la maquinaria tecno-democrática en la que se montan esos izquierdistas funciona así o de ningún otro modo. O te publicitas o simplemente estás fuera de combate. En un sistema tan complejo y con mecanismos de administración de la sociedad cada vez más tecnificados y, por ello, autónomos, con sus propias lógicas, las intenciones y las voluntades personales son adversarios bastante débiles. En todo caso, se puede entorpecer o parasitar la máquina, pero no hay mucho margen para utilizarla en contra de lo que ella misma reclama. Solo hay una voluntad, y es la de Dios. Y peor para aquellos que ni siquiera se enteran de eso.

Provistos de una buena dosis de buena fe, los políticos se dedican a cultivar, como en la buena publicidad, expectativas en el electorado, en la ciudadanía democrática. Esta tarea de cultivo de la expectación no es nada difícil, pues expresar una idea o un eslogan que la población entienda y apoye no exige ningún esfuerzo extraordinario, ya que en toda la sociedad cada uno dice lo que otros ya saben y cada uno escucha de boca de otros lo que él mismo dice. “Agora! A Galiza que queres” (del Bloque Nacionalista Galego), o incluso más claro aún: “Farémolo posible” (Sumar): lo que te ofrece un partido es lo que tú quieres; e incluso directamente puede apelar en sus eslóganes a hacer algo posible sin que se especifique el qué, pues lo importante no es tanto el qué ni el cómo, que siempre son variaciones de lo mismo, sino la mera instigación a realizar un deseo que se presenta como tu propio deseo. La Galicia que quieres o el coche que quieres: la política democrática ha asimilado las peores formas del mercadeo y de la publicidad. Y, ¿cómo no?, ¿cómo esto no se va a presentar como la señal de nuestra libertad en los países democráticos? Pues, si no lo crees, por ahí están varios países con gobiernos dictatoriales y revolucionarios en los que no se te ofrece “La Bielorrusia que quieres”, sino que se te constata que “No hay otra Bielorrusia que esta que tienes”.

A toda la sociedad, en fin, se le suministra una ingente cantidad de información que luego cada uno por su cuenta expresa como si esta proviniese de su interior y se posiciona respecto a ella según las preferencias ideológicas a las que esté más predispuesto. Por esta razón, los eslóganes que se ven por las calles de las ciudades y los pueblos durante las campañas electorales a menudo son insípidos y ya sabidos, pues han sido repetidos hasta la saciedad. Si está de moda el tema de la corrupción, los eslóganes serán eslóganes de anticorrupción, si de moda está el cambio generacional de dirigentes, los eslóganes promoverán la sangre joven que ‘hará una nueva política’, si de moda está el tema de la mujer, los eslóganes serán feministas, y si de moda está cambiar (para seguir siendo lo mismo), se ofrecerá el cambio (y si te ofrece la Revolución, como los camaradas de Venezuela, ¡ay de ti!).

Esto último, más bien, parece sugerir que los partidos políticos por sí solos no generan estas expectativas, más bien, en muchas ocasiones parece que se adecuan a lo que dicta el momento del sistema social a través de sus incontables medios de información de masas, la Academia y otras instituciones. Si se quedan rezagados en esto, lo cual ocurre también con los partidos, la sociedad seguirá adelante sin ellos. Muchas de esas expectativas, no obstante, ya de antemano habían sido exigencias del sistema social en general. Lógicamente, al sistema no le conviene mucho ofrecer algo que está fuera de su alcance. Y si lo hace, si te ofrece algo que a la postre no podrá cumplir, pues peor para él: producirá gente frustrada y rabiosa, resentida por el engaño y la promesa incumplida. Nadie está a salvo de las promesas incumplidas[2].

Sea como fuere, el hecho de que hacer política hoy en día consista inevitablemente en una promoción publicitaria de una especie de mercancía está a la vista de cualquiera, no hace falta una gran capacidad de observación para percibirlo. La contienda electoral es la que refleja con mayor sencillez el carácter publicitario de la libertad democrática. Cuando una de estas contiendas comienza, el espacio, en cuestión de poco tiempo, se convierte en una enorme red de carteles publicitarios que nos ofertan los productos políticos con el eslogan, la cara del candidato y el logo correspondientes. En Perú, por ejemplo, esta invasión de la publicidad llega hasta tal extremo que no queda calle, ni callejón, ni plaza ni casi edificio que no lleve una publicidad con la propaganda electoral. Los muros y las vallas también caen víctimas de la enfermedad electoral que se apodera sobre el país entero. En eso, todos los partidos actúan de la misma manera. Si no lo hacen, es que quedan en desventaja. ¿Cómo no lo van a hacer? Ya allí se puede apreciar el engaño de la política que quiere venderse como ‘alternativa’, sea de derechas o de izquierdas, pues, prometiendo hacer las cosas de otra forma, ya desde el inicio hace lo mismo que todos, pues, de lo contrario, queda fuera del juego. Y, no, el argumento según el cual todos los medios son buenos para conseguir un fin revolucionario ya no puede engañar a nadie que haya investigado, leído o simplemente se ha interesado un poco sobre la historia de las revoluciones. Las revoluciones modernas (o sea, sobre todo, a partir del modelo de la Revolución Francesa) son perfectos ejemplos de que por la vía estatal no se puede hacer nada que no sea el sometimiento a la lógica del Estado. Muchas revoluciones modernas nacieron, al menos en parte, de la negación del Estado, pero, cuando tuvieron éxito, no pudieron más que doblegarse ante él y ponerse a su servicio. Uno no cambia desde dentro las profundas estructuras de esta sociedad a su voluntad: esas estructuras cambian a uno según su propia lógica de desarrollo y funcionamiento.

Las expectativas, cumplidas y no cumplidas o, sobre todo, aún por cumplir, son el alimento de la política. Al ciudadano, al igual que al consumidor, hay que mantenerlo motivado. ¿Queda algún resquicio para una acción política que atente contra ese encierro publicitario? ¿Contra un sistema que cambia para perfeccionarse y volverse más difícil de atacar? Por ahora, tal vez solo nos queden las dudas de quienes aún se siguen haciendo este tipo de preguntas…


[1] Anders, Günther (2011): La obsolescencia del hombre (Volumen II). Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial. Pre-textos, Valencia, p.164.

[2] En un país como Perú, donde el sistema democrático es más débil y precario, la expectativa de una democracia más progresada, de una sociedad más próspera, la imagen de un país rico sin pobres, etc., choca con la triste realidad de una sociedad racista, corrupta y que parece caminar con constante rezago. Pero, como es evidente, esa exigencia no es imposible de cumplir para el sistema, y más si tenemos en cuenta el contexto global, pero lleva su tiempo y esfuerzo, y el éxito nunca es garantizado. Si miramos el último par de años, en Perú se ha vivido un breve lapso romántico en el cual la figura de un simple maestro provinciano aspiraba a representar la Revolución del Perú profundo sumido en la miseria. Ese sueño romántico ha terminado de forma grotesca, por una parte, y, por otra, sangrienta. Las expectativas generadas devinieron en decepciones y frustraciones para los que se las creyeron.

Unas pocas palabras contra las elecciones

El día 11 de este mes, en Perú se celebran las enésimas elecciones. Como en estos tiempos que corren el Poder se fía mucho de la idiotez y la docilidad de las mayorías (las mayorías son feas y reaccionarias, decía un sabio), esa idiotez y esa sumisión saldrán ganando una vez más, sea cual sea el resultado. Duros tiempos vivimos: lo común se ha retraído hasta prácticamente desaparecer y gobierna la sinrazón a la que estamos siendo sometidos la mayoría de nosotros… Aún así hemos optado por aprovechar esta ocasión para lanzar un ataque más contra esta mentira democrática, que aún no siendo acaso muy original, sí insiste en determinadas cuestiones que estas feas mayorías no discuten en sus arduos debates en las redes sociales. Sirvan estas breves palabras escritas a lo poco que puedan servir…

La contienda electoral no es sino una estrategia de publicidad o de promoción de venta. Habría que ser un experto asalariado al servicio de las mentiras establecidas como para buscar detrás de ella algo más noble que esto. Ahora mismo cualquiera que se halle en Perú tiene al alcance de sus ojos una muestra clara y sencilla de la identificación entre el hacer política (política de conformidad y de sometimiento, claro está, una política de domesticación y de acatamiento de las órdenes que vienen desde Arriba) y la promoción comercial y económica de los productos del Mercado. Todas estas caras y eslóganes que han inundado todavía más las calles de los pueblos y las ciudades peruanas es una descarada declaración de lo que, en el fondo, muchos saben: no hay más política que la Economía. Y que la sucesión de las viejas y nuevas caras de las almas dispuestas a lanzarse a esta carrera por unos cuantos cargos es equivalente a la sucesión de detergentes y de jabones en una estantería de supermercado que desean atraer la atención de los compradores. Evidentemente, uno de los secretos de todo este proceso de promoción y de publicidad es que se oculta lo más elemental: que todas estas caras en sí importan un rábano, que solo están allí de relleno, se les puede sustituir por otras y no va a pasar nada. No es como antaño, que si caía el Emperador, con él amenazaba con caerse el propio Imperio. Hoy, todo lo contrario: cualquier régimen democrático actual se sostiene en el proceso mismo de intercambio y de sustitución de unas caras por otras, por lo que si algunas de ellas caen, el sistema sigue funcionando perfectamente sustituyéndolas con otros ejemplares de lo mismo (incluso, tal vez, más creativos y mejor preparados).

Por supuesto, para esta política, que el pueblo vivo aborrece, es esencial que se cree todo un espectáculo mediático y propagandístico que ayude a instalar en la gente la ilusión de que estas caras importan algo, que son caras que van a decidir algo por cuenta propia y que más nos vale hacer una buena elección. Ya el mismo hecho de que estas caras te persigan allá donde vayas por la ciudad las reviste de una importancia que de por sí no tienen, pues todas ellas no son más que sirvientes del Poder, y que, escojas a quien escojas, el resultado de todo este tinglado es muy previsible: ellos no podrán sino hacer su papel de sirvientes de la máquina dominadora, no podrán sino seguir convirtiendo al pueblo en una masa dócil e idiotizada. Estos sirvientes o aspirantes a ser sirvientes del Poder están literalmente subyugados por su Señor, que es el Estado y el Capital, y no pueden hacer nada que atente seriamente contra sus intereses. Sí alguno de ellos te dice que es que él va allí solo para proteger los intereses del pueblo, es que es un mentiroso, pero que miente por estar engañado él mismo, pobrecillo: no ve en absoluto que lo que la masa estatal quiere es lo mismo que quiere el Capital; y tampoco ve que desde estas instituciones solo se puede velar por los intereses del Capital y de las masas de sus clientes que ya han interiorizado las necesidades del sistema como necesidades personales propias; y que lo mismo que el Gran Capital siente necesidad de realizarse en su movimiento continuo y acelerado, ellos, ejemplares individuales de esta masa estatal, sienten la misma necesidad de colmar las aspiraciones personales que el Capital les ha impuesto. Pero mientras dure la contienda y si te dejas, te van a hacer creer que los que se han vendido a esta promoción para ocupar los cargos de sirvientes del Poder lo hacen solo para cumplir con la voluntad del pueblo o, en el caso de que consideren que el pueblo es ya demasiado estúpido como para hacer caso de su voluntad, hacerle el bien que por sí solo, sin la ayuda de los ejecutivos y de los expertos, nunca podría hacer. Allí los ves, cargados de buenas intenciones y dispuestos, en consecuencia, a seguir matando todo atisbo de vida y de autonomía en el pueblo.

La mentira de esta idea de voluntad de las masas estatales ya ha sido más que descubierta por gente infinitamente más lúcida (García Calvo, Günther Anders…) que el que escribe estas palabras. Me ahorro, por tanto, el tener que repetir la denuncia de esta mentira mortal. Pues, ya se sabe bien que la masa dócil estatal quiere lo que se le promociona desde Arriba, que sus apetitos y voluntades son, al menos en su gran parte, resultado de una adecuada política de promoción y de publicidad de mercancías de todo tipo que vende en masa el sistema productivo. Lo que me importa denunciar aquí es solo el hecho de que estos políticos son los primeros en creer sus propias mentiras: ellos son los primeros en creer en la voluntad colectiva, en los bolsones electorales, en las estrategias del Desarrollo y en la necesidad del cambio (para seguir igual).

El pueblo vivo desde los mismos comienzos de la Historia sabe bien que nada bueno viene desde Arriba. Y que si algo bueno viene, por algún fallo calamitoso en el sistema, pronto el pueblo descubre que junto a ese bien se les ha suministrado un veneno que excede con creces cualquier bondad posible para la gente. Sabe el pueblo bien de los tiranos, de sus mezquinos sirvientes, de los burócratas y de los ejecutivos con sus trajes y corbatas. Aquí solo vengo a recordar que la forma de dominación democrática es mucho más astuta que cualquier forma de dominación tiránica o dictatorial de antaño: y que ahora te van a meter por los ojos no solo las caras de los ávidos, corruptos y sedientos de Poder, de los tiranos y abusones, sino también las caritas angelicales de los que vienen desde abajo a corregir el mal funcionamiento de la máquina, los rostros llenos de bondad de aquellos que no quieren Poder, solo quieren servir al pueblo desde el Poder, paliar tus dolores y mejorar las condiciones en las que podrás realizarte como el buen cliente del Capital que eres…

Pues bien, aquí te lanzo esa advertencia: huye de estos últimos lo mismo que de los primeros, pues no son sino partes complementarias de un mismo rostro, pues sin ellos no habría Capital que funcionara: el Poder en su forma actual no puede seguir aplastando al pueblo si no le presenta también unas caras amables y sonrientes. Y aquí vuelvo a lo que decía al comienzo: estas caras solo sirven para distraer, pues tanto los unos como los otros, por debajo de sus respectivos procedimientos de hacer política de conformidad, no podrán sino acatar órdenes del Capital y, sea quien sea quien gane, tu vida quedará aplastada bajo el Trabajo asalariado (y su contraparte en forma de desempleo), bajo el reino de las abstracciones, bajo el imperio del Dinero (que él sí que vivirá, pero a costa de que tú vivas lo menos posible) y bajo una imbecilidad generalizada. Que sí, los unos promoverán unas condiciones de esclavitud más dulcificadas que los otros, unos defenderán más tus derechos laborales y sanidad pública que otros… Es algo trivial, se cuenta con esas pequeñas diferencias (aunque, claro está, los políticos, al creerse sus propias mentiras, creen también, por ejemplo, que un político de izquierda hace una política radicalmente distinta que el de derechas y al revés: sin este engaño, tampoco funcionaria este tinglado). Pero estas variaciones en las formas de someternos a las necesidades del Dinero son solo pretextos para, por debajo, sin que muchos de estos hombres y mujeres que se meten en la política sean conscientes, seguir aplastando la vida bajo el yugo del Capital.

Seas quien seas, si aún no te han engañado del todo con estas y muchas otras mentiras democráticas y si por algún resquicio aún sientes que no estás del todo identificado con el Estado y el Capital (como lo son, sin duda, esas caras que se venden por la propaganda política y esas mayorías democráticas que van a votar con una fe y responsabilidad dignas de elogios por parte de los biempensantes), no sigas destrozando con tus propias manos los pocos restos de vida que queden en ti: no olvides que las votaciones democráticas solo están para asegurar la buena marcha de la muerte reinante, del Capital y del Estado. Bien sabemos que en estos últimos tiempos el Orden imperante, dentro de su blandura, se va endureciendo cada vez más, y por ello no le faltarán al Capital siervos que nos querrán vender su alternativa para ablandar algunas de esas durezas (su pecado, casi siempre, es precisamente el de presentarse como alternativa al sistema imperante, cuando es harto evidente que están a su servicio: hacen alardes de sus pequeñas diferencias para ocultar lo mucho que comparten con lo que supuestamente critican). Esta suavización, sin embargo, siempre presenta dos condiciones fundamentales: primero, que funciona según las lógicas compatibles con el sistema y opera en función de sus dinámicas, nunca las transgrede más allá de modificaciones que solo efectúan sobre ellas un proceso de perfeccionamiento; y segundo, que por estas pequeñas cuotas de mayor comodidad dentro de una vida aplastada por este Orden siempre se nos exige pagar un precio en sumisión, docilidad y muerte administrada que es incomparablemente mayor que cualquier  aflojamiento de la soga sobre el cuello de una posible vida que pudiéramos vivir. Es decir, el Orden dominante no puede sobrevivir ni un minuto sin estas alternativas, que pugnan entre sí para, en el fondo, obedecer al mismo Señor. Así que si el pueblo quiera vivir, a pesar de todo el veneno que se le vierte encima todos los días desde los medios de información y otras instituciones, no tendrá otro remedio que empezar a hacerles el vacío a los sirvientes del Dinero, denunciando asimismo las mentiras que estos sostienen y promueven.

Si, por el contrario, no estás entendiendo nada de nada de lo que aquí se dice, que qué yugo ni qué opresión, que estamos en el siglo XXI, hombre, que estamos metidos de lleno en el Desarrollo mejor equipado que ninguno anterior; que si tú vives realizándote en Capital y sintiéndote libre en la democracia; o que si tú aspiras a poder realizarte en algún futuro dentro de esta sociedad y sentir que la democracia por fin respeta y garantiza tus derechos a la esclavitud asalariada, entonces nada. Ve y llénate los oídos de las mentiras que más te plazcan, que hay para escoger. Que eso sí que te lo garantiza la democracia: la libertad de escoger mentiras en que creer.

¡Habla, corazón!

Hace unos días tuve la oportunidad de hablar un rato con un chico al que no conocía de nada. Seguramente, por este mismo hecho de que no nos conociéramos fue más fácil que nos dejáramos hablar sin muchas de estas restricciones que suelen surgir cuando hablan dos personas que se conocen perfectamente. Todavía no estábamos reducidos el uno para el otro a un conjunto de ideas fijas de lo que cada uno de nosotros es. Decía el muchacho, un poco a lo cursi, que él solo sabía hablar de corazón, mostrar lo que guarda dentro de él y que, como solía hablar así, de corazón, de forma sencilla, como un tipo de pueblo llano, pues que él no podía contradecir mucho a todos estos políticos, cuyas caras han inundado las calles de los pueblos y las ciudades peruanas en estos últimos meses, y rebatir lo que ellos dicen. Parece ser que suponía que estos políticos, por su preparación y posición social, podían razonar y argumentar mucho mejor que él…

¿Oh, pueblo, tanto te han hecho creer en tu propia inepcia que hasta no te ves capaz de sentir y percibir toda esta red de mentiras de la que son presos esos pobres hombres y mujeres que se han lanzado a trepar por la pirámide del Poder? ¿Acaso te has olvidado que para trepar por esa pirámide se ha de pagar necesariamente con un grado cada vez mayor de idiotez y estupidez? ¿Acaso el peligro que representan para la gente esas caras de los políticos está en su capacidad de razonar y pensar? Yo creo que no. Más bien, todo lo contrario.

Y es que bien nos han metido en nuestras cabezas y corazones que estos que trepan por allá arriba, políticos, empresarios, académicos y expertos de turno, saben de la vida lo que los demás, los que estamos abajo, no sabemos. Que ellos allí arriba sí que saben utilizar la razón, mientras que a la gente sencilla no le queda más que revolcarse en sus falsificadoras pasiones sentimentales. Tal vez sea muy cierto que aquí, entre la gente sencilla, no sepamos mucho de la vida, pero el verdadero problema no es ese, sino que es que ni siquiera tenemos la oportunidad de vivirla. Un gran hombre dijo una vez: ¿qué significarían para nosotros las ideas si tuviéramos la vida? (Gustav Landauer, La revolución). No significarían nada. Si tuviéramos la vida, las ideas sobre ella se habrían vuelto, al instante, abiertamente superfluas e innecesarias. Que no nos asuste, entonces, nuestra incapacidad de apresar la vida en los conceptos y saberes positivos, es, más bien, una fuente de alegría que la vida no se deje atrapar por nuestro método científico y, por ello, siempre pueda escurrirse del dominio que se teje sobre ella; si pudiéramos vivirla, sentirla y experimentarla, ni falta nos haría estar conceptualizándola y encerrándola en un sistema bien definido, pues para la vida todo sistema bien cerrado es una cárcel y una forma de muerte. De todo ello ya se encargan esos defensores de las mentiras establecidas, cuyas caras aparecen todo el tiempo por la televisión y en los periódicos, esos mismos que pretenden vendernos una idea de vida que no es más que un cadáver que ellos llevan consigo por todas partes para promocionarlo.

¿Pero y ellos? ¿Qué sabrán ellos de vida? Nada, no saben más que las mentiras que ellos mismos se creen y a nosotros nos obligan a creer. Si nos fijamos bien, veremos que ellos no son capaces de pensar, de desarrollar un pensamiento, pues ya la propia posición que ocupan les incapacita para ello. Y es que para trepar por la escalera de los cargos del Poder hay que tener muchas ideas adecuadas, todas ellas mentirosas, claro, pero poco atisbo del pensamiento vivo, de la palabra viva. Ellos están al servicio de la muerte (que siempre se presenta como vida) y con su fe en las mentiras acerca de la vida acaban reduciéndola a una cárcel. Su facultad de pensar está atrofiada: no dicen más que eslóganes, más que mentiras adornadas con palabras científicas y cultas que ni ellos mismos entienden claramente. Y su función, esa de la que ellos mismos no son conscientes, es convertirnos a nosotros también en incapaces de pensar y reducirnos a una especie de reproductores automáticos de ideas recibidas.

No podrían debatir contigo, muchacho, ni con nadie, si por alguna casualidad tuvieran que hablar con alguien que todavía fuera capaz de pensar: cada vez que abriesen la boca solo estarían vendiéndonos las mentiras en las que creen y, con ello, todas las supuestas bondades que preparan sus partidos para la buena marcha de la nación; cada vez que abriesen la boca sería para escucharse ellos mismos, porque lo mismo que no son capaces ya de pensar, tampoco son capaces de dejarse llevar por el pensamiento vivo que sale por la boca de otro. ¿No ves acaso que siempre hablan para ellos, para escucharse a sí mismos? ¿Y que lo hacen preferiblemente en lugares donde solo se dicen eslóganes, como redes sociales o propaganda televisiva, donde están rodeados de la atención de las masas estatales, que, como bien se sabe, son constituidas, cada uno individualmente, por las mismas mentiras que el sistema entero? Es decir, en lugares donde no se dice propiamente nada más que palabras muertas, inertes, prostituidas. ¿No ves todavía que ellos están al servicio de las mentiras que sostienen este Mundo y que solo repitiéndolas sin cesar es como consiguen acallar sus propias dudas que de vez en cuando les asaltan desprevenidos? No saben nada de la vida, solo saben estropearla con sus mentiras y conseguir que tú también vayas por el mismo camino que ellos, sin apenas vivir, malgastando tus fuerzas y tus manantiales de vida en Trabajo y Ocio, a través de los cuales el Capital y el Estado te van condenando, sin que te des mucha cuenta, a no poder vivir más que muy de vez en cuando y siempre a pesar de su aplastante dominio. Desgraciadamente, muchas veces consiguen convencerte de que trabajar y dedicarte al ocio de masas es vivir…

Es muy dudoso que los políticos de turno puedan razonar más o mejor que tú, amigo mío. Lo que sí pueden hacer es meterte en la cabeza muchas ideas que te encerrarán en una cárcel de la que será muy difícil salir, pues lo que tienen, seguramente, más que tú son justamente esas ideas recibidas que sostienen este Mundo y ellos han interiorizado como si fueran propias, como si nacieran de sus mismas entrañas. El peligro que ellos representan está en su capacidad de seguir convirtiéndote en un ciudadano dócil más, en un átomo de la masa, intercambiable y bien adaptado a lo que requiere el orden establecido en cada momento. Y para eso, evidentemente, no usan el pensamiento, no pueden hacerlo, sino que buscan impedir en todo momento el pensamiento vivo entre la gente, imponiendo sobre ella las mentiras que alimentan el corazón mismo del sistema reinante. Si consiguen que estas mentiras sean interiorizadas por la gente, ya han triunfado en su propósito oculto, ya han reducido al pueblo a una masa idiotizada y dócil de súbditos del Estado y del Capital, ya han impuesto su fe mortal.

Así que, a pesar de todo ello, sigue hablando de corazón (que no tiene tampoco mucho motivo para estar reñido con razón), si es que todavía conservas ese milagroso don, pues aunque no sea nada seguro ni mucho menos, siempre cabrá la posibilidad que de este corazón tuyo salga de vez en cuando la siempre anhelada y deseada denuncia de las mentiras que te venden cada día. Son ellos quienes temen que dejes de escuchar sus mentiras, que ya no puedan seguir formándote como Dios manda, con sus medios de información y sus escuelas y universidades, y que de tu corazón, con el que dices que hablas, salga verdadero veneno para la fe que ellos proclaman.