Unas palabras contra las ideas de felicidad que nos vende la sociedad desarrollada. Parte I

A continuación vamos a presentar la primera de las tres partes de un artículo algo extenso, un poco arriesgado, sobre algunas ideas de felicidad que nos vende la sociedad del Desarrollo.

Como ser feliz: 7 simples claves científicamente probadas[1] que te ayudarán todos los días.

Una entrada en Internet[2].

A modo de introducción

Si se supone que en este estadio de Progreso de la Historia, en países como España o Francia, somos bastante libres y seguros[1], o que al menos esta sociedad desarrollada proporciona mayores cuotas de libertad a sus ciudadanos y clientes, es lógico que también se suponga que en esta sociedad uno pueda ser relativamente más feliz y contento. De hecho, la búsqueda de la felicidad personal, de las cosas que a uno le gustaría hacer y a través de las cuales realizarse ocupa un espacio nada desdeñable en la publicidad y en la educación. En las democracias avanzadas esta cuestión tan compleja sobre la felicidad, aparentemente, se ha resuelto de una manera muy sencilla: cada uno puede ser feliz a su manera, lo que corresponde a la idiosincrasia de un régimen en el que el corazón mismo del sistema se halla anclado en el corazoncito del individuo de la masa y en el que la producción de masas trata a sus clientes de forma individualizada. Una vez que se ha destruido la comunidad, una vez que el pueblo parece haberse retraído y silenciado, se apodera de nuestros corazones el sustituto democrático de la felicidad; la realización personal dentro de la sociedad establecida y la compra de artículos de toda índole producidos específicamente para generar en las masas un estado de satisfacción y felicidad salen al primerísimo plano.

Por otra parte, siempre junto a esas imágenes de la felicidad moderna, junto a los ejemplares individuales que han conseguido un relativo éxito en su vida (aman lo que hacen y, por ello mismo, triunfan) y que lucen sus alegres sonrisas para la publicidad, que han realizado sus proyectos y cuyos futuros han redimido los esfuerzos que hicieron en el camino hacia sus metas, aparece la imagen de la podredumbre social, del abismo que se repuebla cada vez más y más, del reino de la mediocridad y la mala fortuna, donde habitan sujetos a los que se les han cerrado (al menos temporalmente) todas las puertas que conducen a la felicidad, la libertad y el bienestar. Es vital que esta última imagen del abismo social siempre aparezca ante los ojos de los mal que bien integrados para que no se les olvide cuál es el camino para ser felices.

Nosotros aquí, como consideramos al tan distinguido individuo moderno, tan querido y alabado por la publicidad, como un sujeto mayoritariamente sumiso y dócil, tampoco nos sentimos muy convencidos por las ideas de felicidad que nos venden; evidentemente, momentos de eso que llamamos alegría aparecen de vez en cuando (es que el Estado, al fin y al cabo, no es tan poderoso y total como para poder montar un Ministerio de Felicidad y Alegría y, de esta manera, poder administrarlos como si de cualquier Ministerio de Justicia o de Economía se tratase), de hecho el propio sistema está interesado en ello, pues no le beneficia en absoluto tener a todo el mundo siempre descontento y encabronado (y para eso lleva años invirtiendo tanto tiempo y dinero, que son lo mismo, en desarrollar distintas formas de diversión y de ocio, de ofrecer diversos estilos de vida y, en general, desarrollar eso que se llama Cultura). En la primera parte de este escrito nos dedicaremos un breve momento a esta cuestión de la felicidad individual que se nos está vendiendo tanto desde distintos aparatos de la promoción ideológica, mientras que en la segunda trataremos de razonar acerca de las posibilidades de alegría cuando todavía no se nos ha reducido del todo a meros individuos atomizados de la masa; y lo haremos a través de una imagen poética que explicaremos en el debido momento.

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…cada individuo está costituido en obediencia al Poder, le debe al Poder no su vida, ciertamente, pero sí ese sustituto de la vida que es la existencia, el ser fulano de tal, el tener un puesto en tal sitio, el tener derecho a tales trabajos y a tales diversiones.

Agustín García Calvo, ¿Quién dice No?

mi sensación interior de que soy una unidad aislada puede ser falsa, y la declaro falsa, porque no quiero darme por satisfecho con el horrible aislamiento.

Gustav Landauer, Escepticismo y mística

Vaya por delante que aquí no sabemos definir lo que es felicidad ni alegría (no porque no hayamos experimentado alegrías, sino porque aún cuando las vivimos se nos escapa de la lengua su comprensión conceptual clara y exacta) y no tenemos ni la menor intención de tratar de captarlas con nuestras toscas, siempre demasiado aproximativas palabras. ¿Para qué hacerlo? No vamos, entonces, a decir nada definitorio ni conceptual respecto a la posible felicidad que la gente suele anhelar o añorar y, cómo no?, incluso experimentar de vez en vez de forma inesperada y desbordante, tan solo atacaremos las ideas de felicidad que se venden desde Arriba y que sirven para legitimar el orden existente al insinuar que es completamente compatible esa vaga felicidad que añora la gente y las lógicas y el tipo de relaciones que sostienen a este Orden. Nosotros, en todo caso, nos inclinamos más por pensar que si hay alegrías en la gente es, casi siempre a pesar del Orden impuesto, no es el resultado de los esfuerzos desde Arriba en darnos alegrías.

En este sentido, cabe sospechar que bajo esa ilusión de poder ser felices individualmente en esta sociedad se esconde una especie de estado de satisfacción sustitutiva: es decir, como la posible vida, que tal vez sí podría proporcionar cierto disfrute y alegría, se encuentra fundamentalmente ahogada bajo el peso de los numerosos sustitutos que promueven e imponen el Estado y el Capital, como la conversión de la sociedad en una masa de individuos sumisos se profundiza hasta los límites insospechados, el logro de estos sustitutos (por ejemplo, un buen empleo en una gran empresa, ser un doctor de una prestigiosa universidad, casarse y tener hijos, comprarse un nuevo aparatito inútil cualquiera, etc.) provoca un estado de satisfacción que se toma en muchas ocasiones por el de felicidad. Puede resultar muy difícil, según qué caso, separar nítidamente lo uno de lo otro, dónde está en cada ocasión concreta esta satisfacción sustitutiva y dónde está eso a lo que la gente siempre se ha referido como ‘alegría’ o ‘felicidad’, pues incluso bajo este impresionante aplastamiento de la vida por el Estado y el Capital la gente sigue experimentando verdaderas alegrías y tristezas (mucho más de lo segundo que de lo primero, evidentemente), se sigue encontrando con momentos en su vida que, sin saberse claramente por qué razón, le llenan a uno el corazón de alegría y de estremecimiento.

Lo que parece de todas formas claro es que este estado de satisfacción personal por conseguir un buen puesto de trabajo o de poder ir de vacaciones a un lugar muy promocionado por la industria turística o de sentirse plenamente realizado en las aspiraciones personales tiene mucho que ver con la aceptación y el estar de acuerdo con cómo son las cosas, con cómo es la realidad establecida. La idea, tal y como esgrime la publicidad, es siempre pensar en positivo (y si te rodeas de individuos positivos mejor todavía, pues con tanta positividad embriagadora uno no correrá el riesgo de tener que embriagarse de alcohol para ahogar sus penas).

Aún así, la gente no siempre es tan simple como les gustaría a los gestores de la publicidad y desconfía bastante de estas recetas para ser feliz supuestamente aprobadas por la ciencia: de hecho, para nadie es un secreto que el trabajo asalariado, el pilar fundamental de la existencia que nos impone el Capital, no hace feliz ni aporta sentido ninguno a una gran cantidad de la gente. Pero mientras más evidente se hace esta mentira, más empeño se hace en sostenerla (hasta que se vuelva insostenible y haya que dar el cambiazo para seguir igual). Si uno, en cambio, está descontento o muy descontento con esta realidad, si siente que lo aplasta y no le deja vivir, es decir, si no le seducen las zanahorias que le ofrece la publicidad, es muy difícil que este estado de satisfacción sea algo habitual en él y, por tanto, se hace también más difícil que acepte esta idea de felicidad individual y aislada que difunde la propaganda comercial.

Mientras algunos de nosotros tenemos estas muy incómodas dudas (y un gran descontento ante lo que se nos impone como ‘esto es la realidad y no hay más, hijo’), los promotores de esta sociedad parecen no tener duda ninguna: a las primeras de cambio te van a soltar su ‘sé feliz’ y hasta mostrarte el camino de cómo llegar hasta ello: por ejemplo, comprando este último modelo de automóvil o yendo al estadio a ver a tu equipo favorito de fútbol o regalándole algo especial a tu pareja cada 8 de marzo (para hacerla feliz a ella, hombre, ¡no seas tan exageradamente egoísta pensando solo en tu felicidad!). Hasta tal punto ha llegado la tecnificación de nuestra vida que incluso eso de ser feliz podría pronto reducirse (si nos descuidamos) a la aplicación de unas cuantas técnicas científicamente probadas: pensar en positivo, relajarse, dejarlo ir, hacer lo que a uno le gusta, comprar cosas que a uno le gustan, etc. Todo es cuestión de técnica. Y como corresponde a una sociedad altamente tecnificada, tiene que en ella haber expertos en el manejo de estas técnicas: los expertos en felicidad que te indicarán las técnicas apropiadas si no para estar feliz, al menos para estar contento con la vida, saber disfrutar de pequeñas cosas y pensar en positivo.

Se pretende, de esta manera, hacernos creer que eso que llamamos vagamente ‘felicidad’ es compatible con la cárcel que es este Mundo y, si se descuida mucho, uno mismo (en el que ese Mundo crece y se desarrolla). Para los promotores de la positividad, la felicidad no tiene nada que ver con algo vago e indefinido que se pierde entre lo infinito de la vida y que cuando aparece siempre resulta difícil de ubicar con cierta exactitud. Como buenos constructores de proyectos que son, se creen estar en capacidad de crear proyectos de felicidad personal en masa, eso sí, personalizados para cada tipo de gustos y preferencias. La felicidad se traduce entonces en la capacidad de comprar y despilfarrar los seductores productos (entre los que están también los variopintos estilos de vida, modos de ser y modas identitarias)  que nos suministra el Mercado para endulzar nuestros moldeables paladares: ya desde bien pequeños los niños no hacen más que pedir a sus padres que compren este u otro chisme que ven por la tele y, cuando ya lo tienen en sus manos, se llenan de esa satisfacción de la que hablábamos antes. Tanto ellos mismos, como sus padres, que se enternecen mucho al ver a sus niños tan felices y contentos entreteniéndose con su nueva PlayStation N.º X.


[1] Si uno mira, aunque sea muy por encima, a lo que nos cuenta la Historia sobre los recorridos que han hecho las gentes de por allá y de por acá se dará rápidamente cuenta de que, efectivamente, parece ser que la gran parte de ellas ha estado marcada por la condición de sufrir una u otra forma de dominación. Esta dominación siempre muestra distintos rostros, pero todos ellos están apuntando a reducir las posibilidades de vida de la gente y a su sometimiento. Las formas actuales del Poder son las que más eficacia parecen presentar, en lo que a la reducción de esas posibilidades se refiere, precisamente gracias al proceso de ensanchamiento de los límites de la vida subyugada o de la muerte administrada (García Calvo): así, el tener el derecho a escoger una de las tantas formas de someterse (que rara vez se presentan hoy como expresión de la sumisión y la docilidad, sino como expresión de la libertad de elección y la voluntad personal) crea la ilusión de que aquí y ahora, en este estadio del Desarrollo, el individuo por fin disfruta de unas cuotas de libertad más que notables (el hecho de que hasta ahora se sigue hablando de ir ganando mayores cuotas de libertad, algo que es, como el amor, inmensurable, muestra a las claras que sigue imperando la mentalidad progresista que se cree escalando poco a poco hacia mundos cada vez más perfectos, al menos en potencia). Claro está: esto se refiere sobre todo a los países democráticos avanzados, donde los niveles del bienestar alcanzados se consideran relativamente altos, pues en los países en vías de Desarrollo, el llamado por los expertos Tercer Mundo, todavía se tiene que trabajar con mucho esfuerzo y muchos sacrificios para alcanzar el mismo nivel de bienestar y libertad.


[1] Resaltado en negrita mío.

[2] Accesible en https://postcron.com/es/blog/como-ser-feliz/.