Dado que la mayoría de productos son mercancías masivas,
transforman a cuantos los utilizan de la misma manera
y, así, en homogéneos y, por tanto, en masa.
Günther Anders, La obsolescencia del hombre (Vol.II)
No se puede ir contra el progreso…
A sugerencia de un buen amigo nos lanzamos a ampliar nuestro artículo anterior sobre la libertad de expresión para centrarnos, como él nos proponía, en temas que tienen que ver con los medios digitales de difusión de información. Estaba, al parecer, expresando su molestar ante la hipocresía que late en numerosas proclamaciones de esa libertad de expresión o en los alardes de todo tipo para hacer propaganda de algunas redes sociales como Facebook, Twitter, etc., cuando parece que detrás de ellos se esconden grandes negocios, intereses comerciales y políticos. Pues, allí vamos nosotros, agradecidos por la sugerencia, a ver si por aquí somos capaces de apuntar tan solo algunas cuestiones al respecto que, seguramente, dejarán más preguntas que respuestas. Pero de eso se trata, ¿no? De hacer preguntas respecto de aquello que se da por sentado.
Ya en nuestra publicación anterior apuntábamos algunas dudas respecto de la libertad de expresión en los actúales regímenes democráticos. En principio, entendemos que lo que apuntábamos entonces más o menos valía también para los medios digitales, pero vamos a profundizar un poco más estrictamente en este campo. Pues no es menos cierto que hay toda una tendencia, bastante expandida, de considerar que la proliferación de los medios digitales, de Internet, de redes sociales y etc., bien contribuye a que nos podamos expresar libremente con mayor facilidad. Y que ello, frente a los monopolios en la radio, la televisión o en la prensa escrita, abre todo un abanico de posibilidades para que podamos comunicarnos de una forma más horizontal entre nosotros y más independiente de estos monopolios. (Y he aquí mismo, en este humilde panfleto que estás leyendo, un ejemplo de cómo se pretende usar los medios digitales para justamente ir destruyendo ideas que se nos imponen, intentar hablar con un lenguaje hostil a la ideología imperante). Evidentemente, a la luz de estas consideraciones cualquier atropello injustificado a algún que otro medio más o menos independiente va a causar una indignación ante una “violación del derecho a la libertad de expresión”. Como tratábamos de reflexionar en el artículo anterior, siempre es de recibo cualquier denuncia de este tipo de atropellos, pero al mismo tiempo no hay que dejar de lado una crítica de lo que supone esa tan vendida idea de la libertad de expresión, pues razones hay para pensar que al mismo tiempo que el individuo moderno dispone de grandes facilidades y medios para expresar sus opiniones personales, el pensamiento vivo de la gente está siendo reducido al mínimo. Se dice que disponemos de una importante cantidad de medios para comunicarnos y hablar libremente, de expresar nuestros pensamientos. No obstante, lo que tiene que añadirse en seguida es que al mismo tiempo que disponemos de estos medios basados en las nuevas tecnologías, la sociedad actual avanza a expensas de reducir lo máximo posible cualquier acto de libertad, cualquier intento de oponerse a lo que está predestinado. Y eso da que pensar.
Pero vayamos paso a paso. Los medios digitales son una aparición muy importante de lo que algunos han dado en llamar la sociedad de información. La venta de información es la venta más importante en las sociedades desarrolladas y, por tanto, la producción de noticias y su consumo resultan vitales para la reproducción del actual sistema social. ¡Qué vacío se siente uno cuando no puede enterarse de lo que “está pasando en el mundo”! Las noticias y las tendencias producidas por los medios constituyen el relleno esencial del recipiente moldeable y plástico que es el individuo. Es obvio que los medios de masas son elementos primordiales para la constitución de sociedades de masas, en las que, recurriendo un poco a lo que solía decir Agustín García Calvo, se trata de convertir al pueblo, siempre indefinido, en masas de individuos bien constituidos para garantizar el dominio general del Estado y del Capital sobre ellos. La transformación de un teléfono, por ejemplo, que se intuye que llevara cierta utilidad, en un aparato conectado a Internet y a través del cual uno accede a sus cuentas en redes sociales, muestra este camino de imposición de una sociedad donde el individuo y su personalidad dependen en buena medida de las informaciones que le llegan a través de los mass-media. Uno tiene que estar conectado: si no lo está, es como si no viviera. La cuestión es que ya el propio hecho de que el individuo de esta masa ha de digerir sin respirar una ingente cantidad de información diariamente parece señalar que esto no podría al mismo tiempo no surtir un efecto nocivo en la gente, en el sentido de su atontamiento y de su progresiva pérdida de la capacidad de pensar y experimentar independientemente de la fabricación de la realidad que llevan a cabo los medios. Para enterarse de lo que pasa alrededor, uno ya no recurre tanto a su capacidad de pensar y elaborar juicios a partir de la experiencia propia, sino a lo que se dice de ello en algún tipo de medios o por boca de sus semejantes que ya han tomado esa información vertida como algo propio y constitutivo de su persona.
Los desarrollos de los medios de información de masas (también se pueden incluir aquí las plataformas que sirven para la comunicación virtual entre sus usuarios como Telegram, Whatsapp, etc.) parecen ofrecer a muchos cierta dosis de confianza: confianza en que poco a poco se ha ido abriendo en ellos el espacio para el protagonismo de aquellos que antaño solo eran receptores pasivos de información. En un primer momento, cuando, por ejemplo, uno escuchaba la radio, el oyente no era más que un mero receptor, sujeto pasivo que tenía que recibir la información o cualquier contenido que fuera sin poder intervenir en el proceso de difusión de este contenido. Lo mismo sucede cuando uno se siente a ver la televisión: el televidente no pasa de mero receptor de imágenes y de mensajes. Sin embargo, poco a poco se fueron dando las posibilidades de que la gente pudiera, por ejemplo, hacer llamadas durante los programas de radio, lo cual ya parecía abrir un espacio de expresión para los oyentes. Con la llegada de Internet y con el éxito de las plataformas anteriormente mencionadas esta apertura parece clara y evidente: ahora uno mismo con suma facilidad puede convertirse en productor de información y difundirla a través de sus cuentas en redes sociales, expresar lo que él quiera y cuándo quiera, manifestar sus opiniones y sus preferencias y hasta crear ‘tendencias’ (no es extraño que estemos en tiempos de proliferación de los llamados youtubers e influencers). Es decir, estos medios nuevos ofrecen unas posibilidades y facilidades para los individuos de expresarse y de manifestar sus gustos, preferencias y opiniones como nunca antes. Todas estas redes sociales vienen a consolidar la libertad de expresión individual.
No obstante, tampoco hay que confiarse demasiado: pues justamente, en general, la condición del individuo contemporáneo es la condición de un ser sometido y relativamente bien adaptado a un sistema social que trata de eliminar cualquier expresión de libertad, de lo que no está previsto y de lo que no se vislumbra como el futuro deseado. La libertad de expresión personal democrática parece ser un mecanismo para garantizar el dominio del Estado y del Capital sobre las masas de los individuos que, expresando sin cesar lo que les parezca oportuno, confirman este dominio. Lo cierto es que esta apertura y este desarrollo de los mass-media hacia cada vez una más alta cuota de participación de la propia gente en la difusión de información ha ido acompañada de una relativamente progresiva pérdida de la facultad de pensar[1] y un cada vez más alto grado de complejidad de la sociedad, cada vez más ininteligible para un individuo, ante la cual muchas veces prefiere no pensar y, por el contrario, escuchar ruido de cualquier naturaleza con tal de que nada inoportuno pase por su cabeza. Si esto fuera cierto, todo este desarrollo de los medios digitales se daría en un momento en que el peligro de que la gente diga lo que no se tiene que decir es reducido al mínimo y, por tanto, esa masiva participación en las redes sociales y la proliferación de los medios digitales resulta bastante inofensiva para la dominación. Pues ya desde la radio y la televisión lo que se estaba haciendo no era sino eso: fabricar individuos incapaces de pensar, dependientes de la información que se les vertía para formar sus opiniones que luego serían presentadas como personales. De allí a presentarlo como expresión libre de opiniones solo había un paso.
Si se tiene confianza en que uno, la mayoría de las veces, dirá lo que está permitido decir, ¿por qué no se le van a abrir los canales donde pueda, en efecto, expresarlo? ¿Qué haría una democracia avanzada sin esta confianza en que la mayoría de nosotros dirá lo que hay que decir sin sentir en ningún momento que dice lo que está mandado decir? El éxito de Facebook y demás artilugios reposa, seguramente, en ese éxito de la sociedad de masas, donde en la mayoría de nosotros ha sido eliminado cualquier atisbo de vida sin sucedáneos, de cierta autonomía y de la facultad de pensar: en vez de ello, tenemos a un individuo expuesto al ininterrumpido bombardeo de la publicidad (la venta de la información personal de los usuarios de Facebook a los anunciantes es una buena muestra de ello) y que expresa con la total naturalidad opiniones previamente engullidas en estas mismas redes o mass-media. La sociedad de masas tiene un acceso a la cultura, sí: pero esa cultura, que se compra y se vende, es un instrumento para su domesticación. Lo que extraña no es tanto que florezca esa hipocresía respecto a la libertad de expresión en una sociedad como la española, pues en fin, es difícil esperar otra cosa de los políticos y los mercaderes, sino que en Facebook o Twitter o donde sea se puedan encontrar, a pesar de todo, fragmentos de un pensamiento vivo y no de una venta o promoción de uno mismo o de cualquier empresa. Y precisamente esa promoción y venta revelan la ingenuidad de aquellos que creen que Internet es un espacio libre donde no manda nadie: también Internet está al servicio de la circulación del dinero, él es quien manda allí y tiene a su servicio a miles de personajes de negocios, de cultura y de política. Otra cosa es que este mando no sea omnipotente ni total y que, por ende, este espacio tal vez pueda servir para otras cosas. No es un matiz sin importancia.
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Evidentemente, como este régimen democrático, que no sabemos ni cuánto va a durar ni qué transformaciones sufrirá, no puede alcanzar un grado de perfección tal que todos nosotros seamos perfectos individuos-masa, siempre existe un temor a que algo marche mal: por esa razón, quizás, estas redes sociales no solo sean un espacio donde la mayoría idiotizada[2] exprese diariamente su conformidad con el orden existente, sino primordialmente un espacio donde esa idiotización se divulga y se propaga cual peste. Cada vez que se produzca un suceso cualquiera y se convierta en noticia, estas redes se llenan de ingente cantidad de comentarios de miles de usuarios confirmando la noticia, posicionándose en contra o a favor, y escenificando una especie de debate democrático donde cada uno dice lo que opina al respecto. Estos espacios están configurados de tal forma que parecen llevar esa idiotización en su propio corazón: ninguna disidencia, por más razonable y lúcida que fuera y que optara por contrarrestar esa estupidez mayoritaria desde dentro de estos medios, no conseguiría más que el efecto de ser considerada una opinión más (y por tanto neutralizada y desposeída de su inicial peligro), perdida entre el constante fluir de la idiotez generalizada. Estas redes fabrican una y otra vez una masa de individuos dóciles y sumisos.
Claro está, por otra parte, que un sistema social tan complejo como nuestro no puede no disponer de fallos y de disonancias en su seno. Incluso puede necesitar de esas disonancias, de la flotación en el aire de una variedad de alternativas amenazantes y disponibles en Internet para el consumo de los presumibles contestatarios. Esto parece esencial: pues una disonancia adecuada crea la ilusión de una sociedad heterogénea y multiforme, que existe una verdadera diversidad y que de verdad se da un pensamiento libre e independiente entre las masas de los clientes del Capital. El sistema actual no promueve expresamente la uniformidad: es más listo. Sé tú mismo: es lo que te dice la propaganda, es decir, sé único e irrepetible, adquiere una identidad propia y, por tanto, ideas propias acerca del mundo y de ti mismo. Lo que pasa es que al mismo tiempo que uno se esfuerza en conseguirlo, en ser singular, se hace igual que los demás: adquiere, desecha y vuelve a adquirir identidades prefabricadas (¿qué te puede definir más que el coche que conduces o el modelo de teléfono móvil que llevas o los programas de radio que escuchas?) y recolecta opiniones que la propia sociedad se encarga de imponer a través tanto de los medios de información, como de la educación en sus distintos niveles, es decir, ese individuo se empapa necesariamente de la ideología dominante. Una ideología eficaz será aquella que podrá albergar e integrar en su seno la mayor cantidad posible de esas disonancias y alteraciones de tal forma que nunca consigan producir una rotura con ella, que pueda convertirlas en meras opiniones que formarán parte del mismo cuerpo del que, tal vez, pretendieran en algún momento separarse.
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Intuyo que tras esta muy escueta y breve exposición, algunos se preguntarán si entonces, los medios digitales de difusión de información no pueden de ninguna manera servir para fines liberadores, para la difusión de un pensar verdaderamente libre, contrario a las mentiras en las que se sostiene el dominio del Estado y del Capital en sus formas actuales. Seguro que algunos se acordarán de las primaveras árabes o de movimientos anti-globalización u otros para sugerir que estas redes sociales sirvieron a los manifestantes para organizarse y etc. A mí mismo me viene ahora el recuerdo de cómo en las recientes protestas en Bielorrusia estas redes sociales han tenido seguramente un papel importante en la difusión de aquella información que bajo ningún concepto podría aparecer en la televisión o la prensa escrita, controladas por el gobierno. No tengo ni la menor intención de desmentir esas sugerencias ni esos posibles usos de las redes sociales para difundir contra-información o efectuar intercambios de toda índole, lo que muestra que el sistema de dominación nunca es tan omnipotente como lo parece. Ya por el propio hecho de que estemos utilizando un medio digital para hablar de esto nos sitúa, aparentemente, en una posición de contradicción. Este modesto panfleto sería un ejemplo claro de ello: pretende oponerse[3] al sistema utilizando herramientas digitales que sirven, al parecer, para su sostenimiento. Aún así, eso no impide que haya razones para desconfiar de los progresos tecnológicos (sobre todo, de los que aparecen a raíz de las nuevas tecnologías). Por el muy breve análisis que hemos hecho resulta evidente que pensar en que todo este complejo tecnológico ha surgido para liberarnos es más que dudoso: “La tecnología está por completo bajo el embrujo del capitalismo” que a su vez “es esclavo de la tecnología creada por él mismo”[4]; que, al contrario, cabe sospechar que estos medios forman parte de un sistema tecnológico complejo, de un todo, que lo que busca es perpetuarse y, por tanto, reducir al mínimo las posibilidades de libertad, de ruptura, de salida del Estado (y, por ende, del Capital). Estos medios han nacido en la sociedad de masas y apuntan a su consolidación. La pregunta importante es esta: estos aparatos que sirven para la fabricación de las masas ¿pueden servir a otra cosa que no sea hacernos cada vez más masa? Además, cabe plantearse otra pregunta para, tal vez, evidenciar que en el uso de estos medios digitales no reside nuestra salvación: ¿son necesarios estos mass-media digitales para que podamos hablar y comunicarnos libremente? ¿O es que podríamos hacerlo sin recurrir a su uso? Si nuestra posibilidad de pensar dependiera de estos medios, estaríamos ya derrotados. Es más: en el caso poco probable (pero nunca imposible) de que deseáramos dejar de ser masa de individuos sometidos y nos opusiéramos a ello, ¿no tendríamos que por fuerza deshacernos también de las formas de relacionarse que nos imponen estos medios? Por ahora, me contento con formular estas preguntas.
No obstante, tal y como está la situación en la que las posibilidades de ruptura con este complejo sistema tecno-científico son mínimas, parece que se nos dibuja una vía para buscar usos imprevistos en estos medios que sirven para los fines de la dominación. Mientras no podamos destruirnos como esa masa de individuos fácilmente manipulables y oponernos de frente al tecno-dominio que destruye la vida, mientras estemos dentro, a aquellos que todavía conservan razones para rebelarse, a pesar del encierro que padecen, parece quedarles la dudosa opción de buscar posibles grietas en este sistema de medios de fabricación de información para contradecir lo que se impone. Y es que no son infalibles en su determinación, dejan resquicios y grietas que pueden ser aprovechadas y de hecho se aprovechan. Pero el asunto, de todas formas, se presenta complejo, pues no podemos estar seguros de que al utilizar nosotros estos medios tecnológicos somos los protagonistas de la acción y que, por el contrario, no estamos siendo utilizados por ellos. Es decir, esa posible opción de aprovecharnos del mal funcionamiento de estos medios no nos tiene que llevar a un optimismo tecnológico, pues sellaría nuestra derrota ante el avance de esta dominación tecno-democrática: pues, además del hecho de que forman parte de un todo que sirve para dominar, estos medios parecen también estar bien constituidos para tolerar esas fugas, pues precisamente al ser estos unos medios de masas, todas esas fugas pueden perderse entre una ingente cantidad de información que viene a encerrarnos en ser masa de individuos sometidos al Estado y al Capital. Simple cuestión de cantidad: lo que en ellos pueda decirse de lúcido y razonable se pierde entre las enormes avalanchas de informaciones que, pretendiendo o no, confirman el orden imperante. Además, no hay que olvidar que por mucha confianza que se tenga en que estos medios puedan servir para rebelarnos contra el Poder u organizarnos para manifestarnos en las calles, el tiempo que pasa nos muestra que lo que se afianza, mientras tanto, es este dominio funesto para la vida y no las comunidades de lucha contra él, que mientras se experimenta el auge de los medios digitales y del uso de Internet, la vida sigue derrumbándose…
Y es que en fin, no cabe duda de que para que se pudiese hablar libremente habría que estar libres de todas las mentiras que se suministran a través de los distintos canales informativos y educativos. La mentira que imposibilita la reconstrucción de algo que huela y sepa a vida se teje diariamente en estos medios: son sus instrumentos de perpetuación, no pueden ser sino fuentes de producción de enorme cantidad de información de todo tipo necesaria para imponer esta forma actual de dominio (¿sería esta producción de información que parece inevitable en estos medios algo útil y necesario para la vida recobrada?). Un individuo sometido y fabricado por estos medios y que use las redes sociales difícilmente podrá, por un mágico efecto de estas, usarlas para decir algo libremente, desmintiendo las mentiras que ha tenido que aprender a lo largo de su vida. Estos medios de por sí no está nada claro que puedan constituir un elemento liberador. La ruptura con el Estado y con el Capital pasaría, sin lugar a dudas, por una ruptura con la sociedad de masas y los instrumentos que intrínsecamente llevan a su reproducción. Pues solo una comunidad que naciera a partir de un enfrentamiento contra ella podría proveerse de medios que no fueran tan claramente sospechosos de servir a la servidumbre. Pero eso lo desearán solo aquellos que querrán salirse de esta sociedad que profundiza cada vez más en su carácter destructivo, solo aquellos que no estarán contentos con lo que son, y no aquellos que pretenden gestionarla de otra forma y ser masa de otra forma. Con ellos estamos dispuestos a emprender esta marcha.
[1] Evidentemente, no es obra de ninguna mente maligna ni ningún cálculo frío y racionalizado. Pareciera como si fuera el propio desarrollo de las tecnologías el que marcase estas pautas.
[2] No se debe tomar esta expresión como una muestra de altivez ni desprecio por nuestra parte, sino como mera constatación racional. De hecho, esa ley de que “la mayoría siempre es idiota” no la hemos descubierto nosotros.
[3] Otro asunto es si es que en efecto en este panfleto se llegan a pronunciar aunque sean unas pocas palabras de rotura con las ideas impuestas. Eso sería otro tema de debate.
[4] Landauer, Gustav (2019): Llamamiento al socialismo. Por una filosofía libertaria contra el Estado y el progreso tecnológico. Ediciones El Salmón, pp.138-140.