La catástrofe siempre futura

Gente corriente solamente aprecia una ordenada marcha de las cohortes humanas. El sabio, en cambio, ve el barullo de una muchedumbre que se precipita al abismo.

Uładzimir Karatkievič, Kałasy pad siarpom tvaim.

En las últimas décadas hemos sido testigos de cómo han proliferado, incluso desde dentro del corazón de las instituciones del Poder, una serie de predicciones y profecías catastrofistas, malos augurios científicamente sustentados sobre el futuro oscuro y peligroso que nos depara nuestra marcha al abismo. El propio sistema parece que se encarga de prever sus propias crisis sin más objetivo que prolongarlas hasta el futuro cada vez más largo y supeditar las vidas de las gentes a la gestión de lo existente, avalada por el cálculo científico. Si las cosas siguen igual, se nos dice, vendrá una catástrofe, el fin, el colapso: avisados todos, no nos queda más remedio que alejar un poco el momento de su llegada sometiéndonos a los dictados de los expertos en descifrar la marcha de las cosas. Esta pandemia, por ejemplo: ¿no reproduce al pie de la letra esta gestión del derrumbe de la sociedad moderna? ¿No es acaso un ejemplo clarividente de cómo la gestión de la crisis viene a justificar el sacrificio y la sumisión con el solo objetivo de prolongar la vida de la sociedad de masas?

Luego, evidentemente, está el tema ecológico (la contaminación, las basuras, el envenenamiento de la tierra) y las dificultades del sistema de llevar el mismo ritmo de reproducción de inutilidades y de venenos de manera infinita. También en estos casos el futuro aterrador del ‘descenso de nivel de vida’ exige al Estado el establecimiento de un plan estrictamente científico e integral y su realización sin muchos miramientos. En estos días, por ejemplo, el derrame de petróleo en la costa peruana, que algunos, según me han contado, ya es considerado como uno de los mayores desastres ecológicos de los últimos tiempos en ese país, suma otro caso más en el cúmulo de los desastres de la sociedad industrial. Y, como casi siempre, el griterío y la histeria que se levantan en torno al problema contribuyen más bien poco a que se exprese un espíritu lúcido y clarividente. Como corresponde a una sociedad totalitaria, nada de lo que pueda pasar en el presente puede desmentir la fe en el futuro deseado y perseguido.

Justamente, la toma de conciencia sobre el deterioro que sufre la tierra no parece promover ningún espíritu de rebelión ni tampoco horror ante las imposiciones de la estupidez reinante. Además, el hundimiento de la vida se proyecta aún en muchos casos hacia el futuro, como el colapso probable o hipotético de las condiciones existentes. Para evitar enfrentar la dura realidad, que nos grita que vivimos en un mundo que cualquier mente sana declararía insoportable, situamos ilusoriamente el inicio del fin aún lejos en el horizonte (en el año 2040, 2050…), cuando en verdad la catástrofe está en marcha desde hace tiempo. Nos entretenemos en poner parches y paños calientes a los problemas cuyas soluciones exigen espíritu y fuerzas nuevas, de las que carece la sociedad actual: a ver si tal empresa reconoce su responsabilidad por el derrame de petróleo, a ver si los que todavía no se han vacunado lo hacen pronto y todos estemos bien vacunaditos, a ver si el Desarrollo se vuelve un poco más verde y sostenible y menos agresivo y a ver si la ciudadanía se comporta como le corresponde por su estatus. Hay cierto temor ante la amenaza del colapso probable de lo que hoy existe, del nivel de vida alcanzado, de la sociedad de masas y de todo lo que la sostiene, pero la catástrofe más preocupante que está en marcha desde hace ya bastante tiempo consiste, más bien, en otra cosa: que eso que se llama vida (y no los sustitutos que imponen el Estado y el Capital) se está hundiendo a una gran velocidad. Las condiciones que los gestores pretenden con esmero preservar frente a los malos augurios del cálculo científico son, en verdad, los fundamentos del brutal destrozo de todo lo que intuitivamente la gente podría llamar vida. Es más, y esto es también lo trágico del caso, parece que las masas están dispuestas a aceptar los sustitutos que imponen y la vida reducida al cálculo científico y al mecanismo técnico sin demasiada oposición.

La sociedad moderna ya no parece disponer de muchas fuentes para restituir la vida saqueada y suplantada. No solo intoxica el entorno de su mierda sino que se intoxica a sí misma: las toneladas de basura, de deshechos y de cadáveres es aquello de lo que de verdad puede presumir el Progreso. En cambio, sí puede ofrecer aún a todos sus problemas una esperanza de solución técnica y política. Que alguna parte del mar haya sido envenenada con toneladas de petróleo, efectivamente, tiene mucho que ver con la técnica. Pero ese poderío ciega a la sociedad: nos ocupamos de buscar soluciones técnicas a los problemas que la técnica misma genera ya sin apenas plantearnos si se debería eliminar la propia fuente que alimenta la creación de estos desastres cotidianos. Si algún día renacieran las comunidades que emprendieran los caminos hacia unas formas de vivir menos tóxicas e insanas, uno de sus mayores problemas consistiría, sin duda alguna, en encontrar métodos de deshacerse de todo el veneno que les dejaremos en herencia.

El desmoronamiento del sistema actual es especialmente doloroso y peligroso, pues hemos dejado que este se meta en cada rincón de la vida. Por tanto, allí donde se desmorona, amenaza con sepultarnos a todos. Apenas quedan espacios donde la gente aún sabe lo que es vivir sin depender tanto del Estado y del Capital y sin tener las necesidades que estos fabrican. La tendencia general apunta en el sentido contrario: el Estado (y también el Capital) se expanden por las sociedades del mundo entero como un cáncer y terminan por absorberlas. Una vez hecha esta absorción, la sociedad global resultante ya no es más que una masa aparentemente diversa y compleja en sus estructuras, pero, en el fondo, profundamente uniformizada, pobre e idiotizada. Y si antes a esta masa de átomos la alimentaban con las promesas de los futuros esplendidos y maravillosos, actualmente, sin que desaparezcan las utopías técnicas y democráticas, también le suministran las amenazas, los desastres y las catástrofes que hay que evitar para seguir igual.

La catástrofe que ellos nos venden, siempre futura, siempre amenazante, aunque pueda parecer imposible o paradójico, se ha convertido en un instrumento del Poder contra la gente y será empleada mientras resulte eficaz. Y es que, al no poder proponer una imagen utópica y al prever la imposibilidad de seguir con el mismo ritmo de destrucción sin pagar nada a cambio, la sociedad de masas ha puesto todo su empeño en proferir amenazas a sí misma. Y las hace cumplir, porque en la gestión y la administración del mundo que se derrumba ha encontrado una nueva dosis de oxígeno para sus sobrecargados pechos asmáticos. Pero esto no debería de extrañarnos en demasía: al fin y al cabo, la amenaza siempre se presenta como futura, por ello, el arma del Poder sigue siendo la gestión del futuro, solo que este ahora en vez de siempre presentarse como mejorado y perfeccionado, adquiere cada vez más tonalidades oscuras y hasta fúnebres. La cosa cambia para seguir igual que siempre.

Esta es, en fin, la alternativa que nos dibujan: o se somete a la muerte reinante y a su administración del desastre, o se asoma uno al hundimiento civilizatorio. La ecología, por tanto, debe integrarse del todo en el circuito económico y estatal, la Ciencia será quien dictamine lo que vale y lo que no y la sociedad debe tecnificarse aún más profundamente. El Orden imperante, con la Ciencia a su servicio, está aprovechando las actuales circunstancias de hundimiento como pretexto para ahogar de antemano cualquier intento o simple deseo de autonomía y actividad libre entre la gente: a partir de ahora solo está justificado aquello que ha pasado por el estricto y vigoroso análisis científico y no contradice el mapa de ruta que está trazando el Poder para sobrevivir en condiciones harto resbaladizas, incómodas y peligrosas. Los peligros (y sus imágenes) que asechan a la sociedad de masas: como los virus, los desastres sociales, crisis energéticas y ecológicas y la catástrofe civilizatoria final, ya han sido bien integrados: desde hace tiempo son los aliados de la Administración (aunque solo fuera por el mero hecho de que sean nombrados por la Ciencia y tomados como problemas que pueden resolverse política y técnicamente). Y por la misma razón, a la crítica social le incumbe apuntar al único desastre que vale todavía la pena poner de manifiesto: la propia existencia de esta sociedad.

Acerca del conformismo

Después de dos artículos que trataban de analizar algunas cuestiones respecto de la libertad de expresión, nos hemos visto empujados por no se sabe bien qué fuerza a cerrar esa especie de trilogía con un tema que, a nuestro parecer, va muy ligado con lo que estábamos tratando de hacer ver en esos dos artículos acerca de la libertad de expresión. Y es el tema del conformismo.

De hecho, donde mejor florece el conformismo es donde carga al que ha convertido en no-libre con la ilusión de la libertad o simplemente le inocula esa ilusión; donde consigue llevar al individuo a repetir de forma maquinal un vocabulario de individuo, que se contradice a sí mismo por el hecho de esa repetición. Los poderes, que llevan a cabo la conformación, se convierten en víctimas de su propia actividad de conformación: hasta ese punto es irresistible su capacidad. Se funden en la masa homogénea que ellos producen; se creen sus propias mentiras; y cuando hablan, se hablan a sí mismos maquinalmente.

Günther Anders, La obsolescencia del hombre (Vol. II)

El conformismo se halla literalmente introducido en el mismo fundamento de la masa democrática como elemento solidificante. Constituye el tejido de las venas y arterias por las que se moviliza la masa sin-sangre, cuyos movimientos aparentemente libres están de antemano muy determinados por esa estructura venal y arterial. Pero no resulta tan sencillo hablar del conformismo en la sociedad contemporánea. Una expresión o explicación demasiado tosca puede contribuir al enésimo engaño. Y esa torpeza puede dar lugar a que el conformismo sea tomado bien como media verdad, bien como algo trivial. No resultaría nada extraño escuchar a alguien decir algo semejante a lo siguiente: “que sí, que somos bastante conformistas, pero, mira, yo, por ejemplo, no me conformo con este empleo que tengo ni con la clase política que tenemos en este país tan corrupto”. En este tipo de afirmaciones todavía se esconde la fe en que uno dispone todavía de suficiente capacidad y autonomía para ser conforme o no según le convenga. “Todo es cuestión de voluntad”, ¿no dicen así los creyentes en la política de conformidad? Pero lo cierto es que cabe sospechar que el individuo moderno, por lo general, ya no puede no estar conforme. Que su ser depende de ello. Y que para él, el salirse de ese continuo proceso de estar siendo conformado supondría un acto de rotura, salida de sí mismo, distorsión inquietante. Y eso hay que explicarlo.

Hemos de tener la ilusión de no conformarnos nunca. Cuantas veces habré escuchado la típica frase de algún personaje mediático de turno: “mi propósito es ser cada día mejor y conseguir nuevas metas», es decir queremos lo que aún está por llegar, queremos llegar a ser a lo que todavía no somos, pero lo que nos proyectamos en el futuro: ¿qué habría sido de la idea de progreso si nos contentáramos con lo que tenemos? ¿Qué habría sido de los productores de la producción si su producción nueva no estuviese acompañada de la voluntad de los súbditos de cambiar de vez en cuando su juego de sofás, que es que ya nos les conforma el que tienen? Y es que, efectivamente, el conformismo, para imponerse, tiene que instalarse sigilosamente a ambos lados de una fina línea que disimula separar aquello que nos hace aparecer inconformes (te puede gustar tu empleo o no, y en este caso el buscar uno que te guste no te lo impide nadie) de aquello que nos convierte en conformados a través de un proceso ininterrumpido. Y se sitúa tan sigilosamente que pasa prácticamente inadvertido en la mayoría de los casos. De tal modo, que cuando uno se sitúa entre lo que le hace aparecer inconforme en verdad esta posición lo está condenado al más aplastante conformismo. El éxito de la sociedad de masas actual depende en buena medida del hecho de que el individuo ya no se da cuenta de este proceso, pues este proceso constituye su ambiente normalizado y naturalizado. No se da cuenta de ello como no se da cuenta de las cosas que están allí porque tienen que estar allí.

Ciertamente, el hecho de que a uno no le guste el empleo que tiene o le parezca que su salario es insuficiente en relación con el trabajo que realiza es algo trivial y, aunque sí se revista de inconformismo, esconde en sí la conformidad y la sumisión de dimensiones trágicas: la sumisión al Trabajo y al tiempo muerto. Lo mismo pasa cuando un votante de izquierdas no se conforma para nada con un gobierno de derechas: atrapado como está en la dicotomía derecha-izquierda, no se da cuenta en ningún momento que la razón de ser de ambas es justamente el producto de ese conformismo y de su propia necesidad de perpetuación. Y viceversa. Si aún no son convincentes estos ejemplos, allí están los “inconformes” con el lamentable estado de las pistas y carreteras limeñas: ¿Cómo van a conformarse con pistas de tan mala calidad? Que si tienen muchos huecos, que si los arreglos que se hacen no duran ni una semana, que si… Pero todo es pura ilusión: pues ya se les ha hecho conformes al convertirlos en conductores, personas conformes con una vida dependiente del automóvil o de cada vez creciente movilización, conformes con el paisaje urbano transformado a raíz del dominio del automóvil. Su aparente inconformismo solo es un modo de un conformismo más atroz.

Líneas arriba decía que no siempre nos conformamos con lo que tenemos, sino que aspiramos a más, a lo que aún está por llegar. Y esto muy importante entenderlo bien: justamente el poderío del Mundo del Desarrollo reside en que tiene a su disposición mecanismos y procedimientos que permiten manipular y fabricar aspiraciones, voluntades y esperanzas de los individuos. Estamos siendo conformados incluso cuando creemos todo lo contrario: el Poder, que lleva en su propia sangre abstracta la necesidad de previsión y de planificación, está un par de pasos por delante. Desde luego, en la mayoría de los casos cuando alguien no se conforma con lo que tiene es porque ya se le ha vendido la imagen, la publicidad de lo que está por llegar, lo que puede ser suyo, pero que aún no lo es, o lo que puede sustituir la antigualla de la que aún hace uso. Uno de repente siente una potente voluntad de vender su automóvil actual para comprar otro que se publicita como la última innovación en la industria automovilística. Como al menos parece entreverse de ello, ni en las aspiraciones a tener otra cosa estamos a salvo de ser conformados con lo que nos suministra el Mercado, pues nuestras aspiraciones en muchos casos parecen estar ya pre-establecidas por el sistema productivo y solo nos tenemos que encargar de afirmarlas con una escenificación que represente un acto de voluntad propia, surgido desde lo hondo del corazón del individuo. Y es que el Mercado, listo como es, sabe que tiene que ofrecer a los individuos conformados y por él formados (al menos en una notable medida) una posibilidad lo más amplia posible de elección de productos (y en esto, lo mismo da si se trata de jabones o de partidos políticos o de identidades culturales). ¿Qué sería de nuestra sociedad si uno no tuviera la ilusión de poder libremente ambientar su piso según sus propios gustos y preferencias? Esa ilusión de que uno escoge libremente entre lo que se le suministra y se le impone podría, sospechamos, ir de la mano con esa ilusión de que uno no es sometido a la voluntad imperante y que siempre busca para sí lo que él quiere y lo que a él le gusta. ¡Fabrica la voluntad, fabrica los gustos de tus súbditos, no los domines por la fuerza bruta, con la mano de hierro, constitúyelos!: he allí un camino para cementar una sociedad de seres sumisos mucho más eficaz que cualquier totalitarismo de antaño: el progreso es un progreso en la eficiencia.

Ese conformismo también se aprecia en las sociedades menos democráticas y avanzadas en la carrera histórica. Las protestas recientes en Bielorrusia, por ejemplo, muestran claramente cómo detrás de al menos un aparente inconformismo con la dictadura de Łukašenka, que guarda formas de control social aún propias de las que se empleaban en la URSS, se esconde el desesperante (para los que no están conformes del todo, claro) conformismo con lo que está por llegar y se publicita como el futuro esplendido del país: la democracia bielorrusa, que hasta ya tiene sus caras visibles que quieren encarnarla. La rebelión, que consiste en este anhelado grito de NO, de BASTA, se marchita desde dentro una vez que junto a ese NO empieza a aparecer un SÍ a la forma de dominio más perfeccionada y más influyente de todas: la tecno-democracia del mundo del Desarrollo. Es doloroso, pues, posiblemente, se lleva a cabo un acto de inconformismo para hacer enseguida una muestra de absoluta conformidad (con aquello que está por llegar, porque ya se ha publicitado como futuro al cual hay que llegar). Y de esta manera se neutraliza cualquier atisbo de inconformismo y de rebelión. Por tanto, tampoco parece haber muchas razones para pensar que en sociedades menos avanzadas y que aún están librando batallas contra regímenes abiertamente autoritarios podamos depositar nuestras esperanzas de una subversión del Orden impuesto. Si sus protestas prosperan, llegarán a parar en eso que se llama Democracia y Desarrollo. Es a lo que aspiran, sin menor atisbo de duda y con una determinación que a alguien que todavía no ha perdido del todo la sensibilidad le echa para atrás.

Por último, que estas palabras que me nacen de la más honda desesperación no se tomen como el trabajo de aquel que está metiendo el último clavo en el ataúd donde han guardado de una vez y para siempre al muerto. A pesar del incuestionable carácter sumiso de nuestras sociedades, el grito de la rebelión y del inconformismo suelen encontrar pequeñas grietas por las que brota de vez en cuando. Por muy poderoso que se haya vuelto el sistema de dominación actual, que ha conseguido, a grandes rasgos, convertirnos en seres sometidos que no se sienten como tales, este poderío siempre está inseguro, siempre teme algún brote de la vida y la razón entre la gente. Y sabiendo de su inseguridad, nosotros podemos estar algo esperanzados en que su inseguridad no está infundada, que tiene fundamento, que en la gente aún se guardan manantiales de vida, por muy aplastados y secados que estén, y que allí arriba ellos se lo saben y lo temen.

Libertad de expresión y los medios de “comunicación” digitales. Notas para una reflexión crítica

Dado que la mayoría de productos son mercancías masivas,

transforman a cuantos los utilizan de la misma manera

y, así, en homogéneos y, por tanto, en masa.

Günther Anders, La obsolescencia del hombre (Vol.II)

No se puede ir contra el progreso…

            A sugerencia de un buen amigo nos lanzamos a ampliar nuestro artículo anterior sobre la libertad de expresión para centrarnos, como él nos proponía, en temas que tienen que ver con los medios digitales de difusión de información. Estaba, al parecer, expresando su molestar ante la hipocresía que late en numerosas proclamaciones de esa libertad de expresión o en los alardes de todo tipo para hacer propaganda de algunas redes sociales como Facebook, Twitter, etc., cuando parece que detrás de ellos se esconden grandes negocios, intereses comerciales y políticos. Pues, allí vamos nosotros, agradecidos por la sugerencia, a ver si por aquí somos capaces de apuntar tan solo algunas cuestiones al respecto que, seguramente, dejarán más preguntas que respuestas. Pero de eso se trata, ¿no? De hacer preguntas respecto de aquello que se da por sentado.

            Ya en nuestra publicación anterior apuntábamos algunas dudas respecto de la libertad de expresión en los actúales regímenes democráticos. En principio, entendemos que lo que apuntábamos entonces más o menos valía también para los medios digitales, pero vamos a profundizar un poco más estrictamente en este campo. Pues no es menos cierto que hay toda una tendencia, bastante expandida, de considerar que la proliferación de los medios digitales, de Internet, de redes sociales y etc., bien contribuye a que nos podamos expresar libremente con mayor facilidad. Y que ello, frente a los monopolios en la radio, la televisión o en la prensa escrita, abre todo un abanico de posibilidades para que podamos comunicarnos de una forma más horizontal entre nosotros y más independiente de estos monopolios. (Y he aquí mismo, en este humilde panfleto que estás leyendo, un ejemplo de cómo se pretende usar los medios digitales para justamente ir destruyendo ideas que se nos imponen, intentar hablar con un lenguaje hostil a la ideología imperante). Evidentemente, a la luz de estas consideraciones cualquier atropello injustificado a algún que otro medio más o menos independiente va a causar una indignación ante una “violación del derecho a la libertad de expresión”. Como tratábamos de reflexionar en el artículo anterior, siempre es de recibo cualquier denuncia de este tipo de atropellos, pero al mismo tiempo no hay que dejar de lado una crítica de lo que supone esa tan vendida idea de la libertad de expresión, pues razones hay para pensar que al mismo tiempo que el individuo moderno dispone de grandes facilidades y medios para expresar sus opiniones personales, el pensamiento vivo de la gente está siendo reducido al mínimo. Se dice que disponemos de una importante cantidad de medios para comunicarnos y hablar libremente, de expresar nuestros pensamientos. No obstante, lo que tiene que añadirse en seguida es que al mismo tiempo que disponemos de estos medios basados en las nuevas tecnologías, la sociedad actual avanza a expensas de reducir lo máximo posible cualquier acto de libertad, cualquier intento de oponerse a lo que está predestinado. Y eso da que pensar.

            Pero vayamos paso a paso. Los medios digitales son una aparición muy importante de lo que algunos han dado en llamar la sociedad de información. La venta de información es la venta más importante en las sociedades desarrolladas y, por tanto, la producción de noticias y su consumo resultan vitales para la reproducción del actual sistema social. ¡Qué vacío se siente uno cuando no puede enterarse de lo que “está pasando en el mundo”! Las noticias y las tendencias producidas por los medios constituyen el relleno esencial del recipiente moldeable y plástico que es el individuo. Es obvio que los medios de masas son elementos primordiales para la constitución de sociedades de masas, en las que, recurriendo un poco a lo que solía decir Agustín García Calvo, se trata de convertir al pueblo, siempre indefinido, en masas de individuos bien constituidos para garantizar el dominio general del Estado y del Capital sobre ellos. La transformación de un teléfono, por ejemplo, que se intuye que llevara cierta utilidad, en un aparato conectado a Internet y a través del cual uno accede a sus cuentas en redes sociales, muestra este camino de imposición de una sociedad donde el individuo y su personalidad dependen en buena medida de las informaciones que le llegan a través de los mass-media. Uno tiene que estar conectado: si no lo está, es como si no viviera. La cuestión es que ya el propio hecho de que el individuo de esta masa ha de digerir sin respirar una ingente cantidad de información diariamente parece señalar que esto no podría al mismo tiempo no surtir un efecto nocivo en la gente, en el sentido de su atontamiento y de su progresiva pérdida de la capacidad de pensar y experimentar independientemente de la fabricación de la realidad que llevan a cabo los medios. Para enterarse de lo que pasa alrededor, uno ya no recurre tanto a su capacidad de pensar y elaborar juicios a partir de la experiencia propia, sino a lo que se dice de ello en algún tipo de medios o por boca de sus semejantes que ya han tomado esa información vertida como algo propio y constitutivo de su persona.

            Los desarrollos de los medios de información de masas (también se pueden incluir aquí las plataformas que sirven para la comunicación virtual entre sus usuarios como Telegram, Whatsapp, etc.) parecen ofrecer a muchos cierta dosis de confianza: confianza en que poco a poco se ha ido abriendo en ellos el espacio para el protagonismo de aquellos que antaño solo eran receptores pasivos de información. En un primer momento, cuando, por ejemplo, uno escuchaba la radio, el oyente no era más que un mero receptor, sujeto pasivo que tenía que recibir la información o cualquier contenido que fuera sin poder intervenir en el proceso de difusión de este contenido. Lo mismo sucede cuando uno se siente a ver la televisión: el televidente no pasa de mero receptor de imágenes y de mensajes. Sin embargo, poco a poco se fueron dando las posibilidades de que la gente pudiera, por ejemplo, hacer llamadas durante los programas de radio, lo cual ya parecía abrir un espacio de expresión para los oyentes. Con la llegada de Internet y con el éxito de las plataformas anteriormente mencionadas esta apertura parece clara y evidente: ahora uno mismo con suma facilidad puede convertirse en productor de información y difundirla a través de sus cuentas en redes sociales, expresar lo que él quiera y cuándo quiera, manifestar sus opiniones y sus preferencias y hasta crear ‘tendencias’ (no es extraño que estemos en tiempos de proliferación de los llamados youtubers e influencers). Es decir, estos medios nuevos ofrecen unas posibilidades y facilidades para los individuos de expresarse y de manifestar sus gustos, preferencias y opiniones como nunca antes. Todas estas redes sociales vienen a consolidar la libertad de expresión individual.

            No obstante, tampoco hay que confiarse demasiado: pues justamente, en general, la condición del individuo contemporáneo es la condición de un ser sometido y relativamente bien adaptado a un sistema social que trata de eliminar cualquier expresión de libertad, de lo que no está previsto y de lo que no se vislumbra como el futuro deseado. La libertad de expresión personal democrática parece ser un mecanismo para garantizar el dominio del Estado y del Capital sobre las masas de los individuos que, expresando sin cesar lo que les parezca oportuno, confirman este dominio. Lo cierto es que esta apertura y este desarrollo de los mass-media hacia cada vez una más alta cuota de participación de la propia gente en la difusión de información ha ido acompañada de una relativamente progresiva pérdida de la facultad de pensar[1] y un cada vez más alto grado de complejidad de la sociedad, cada vez más ininteligible para un individuo, ante la cual muchas veces prefiere no pensar y, por el contrario, escuchar ruido de cualquier naturaleza con tal de que nada inoportuno pase por su cabeza. Si esto fuera cierto, todo este desarrollo de los medios digitales se daría en un momento en que el peligro de que la gente diga lo que no se tiene que decir es reducido al mínimo y, por tanto, esa masiva participación en las redes sociales y la proliferación de los medios digitales resulta bastante inofensiva para la dominación. Pues ya desde la radio y la televisión lo que se estaba haciendo no era sino eso: fabricar individuos incapaces de pensar, dependientes de la información que se les vertía para formar sus opiniones que luego serían presentadas como personales. De allí a presentarlo como expresión libre de opiniones solo había un paso.

            Si se tiene confianza en que uno, la mayoría de las veces, dirá lo que está permitido decir, ¿por qué no se le van a abrir los canales donde pueda, en efecto, expresarlo? ¿Qué haría una democracia avanzada sin esta confianza en que la mayoría de nosotros dirá lo que hay que decir sin sentir en ningún momento que dice lo que está mandado decir? El éxito de Facebook y demás artilugios reposa, seguramente, en ese éxito de la sociedad de masas, donde en la mayoría de nosotros ha sido eliminado cualquier atisbo de vida sin sucedáneos, de cierta autonomía y de la facultad de pensar: en vez de ello, tenemos a un individuo expuesto al ininterrumpido bombardeo de la publicidad (la venta de la información personal de los usuarios de Facebook a los anunciantes es una buena muestra de ello) y que expresa con la total naturalidad opiniones previamente engullidas en estas mismas redes o mass-media. La sociedad de masas tiene un acceso a la cultura, sí: pero esa cultura, que se compra y se vende, es un instrumento para su domesticación. Lo que extraña no es tanto que florezca esa hipocresía respecto a la libertad de expresión en una sociedad como la española, pues en fin, es difícil esperar otra cosa de los políticos y los mercaderes, sino que en Facebook o Twitter o donde sea se puedan encontrar, a pesar de todo, fragmentos de un pensamiento vivo y no de una venta o promoción de uno mismo o de cualquier empresa. Y precisamente esa promoción y venta revelan la ingenuidad de aquellos que creen que Internet es un espacio libre donde no manda nadie: también Internet está al servicio de la circulación del dinero, él es quien manda allí y tiene a su servicio a miles de personajes de negocios, de cultura y de política. Otra cosa es que este mando no sea omnipotente ni total y que, por ende, este espacio tal vez pueda servir para otras cosas. No es un matiz sin importancia.

*

            Evidentemente, como este régimen democrático, que no sabemos ni cuánto va a durar ni qué transformaciones sufrirá, no puede alcanzar un grado de perfección tal que todos nosotros seamos perfectos individuos-masa, siempre existe un temor a que algo marche mal: por esa razón, quizás, estas redes sociales no solo sean un espacio donde la mayoría idiotizada[2] exprese diariamente su conformidad con el orden existente, sino primordialmente un espacio donde esa idiotización se divulga y se propaga cual peste. Cada vez que se produzca un suceso cualquiera y se convierta en noticia, estas redes se llenan de ingente cantidad de comentarios de miles de usuarios confirmando la noticia, posicionándose en contra o a favor, y escenificando una especie de debate democrático donde cada uno dice lo que opina al respecto. Estos espacios están configurados de tal forma que parecen llevar esa idiotización en su propio corazón: ninguna disidencia, por más razonable y lúcida que fuera y que optara por contrarrestar esa estupidez mayoritaria desde dentro de estos medios, no conseguiría más que el efecto de ser considerada una opinión más (y por tanto neutralizada y desposeída de su inicial peligro), perdida entre el constante fluir de la idiotez generalizada. Estas redes fabrican una y otra vez una masa de individuos dóciles y sumisos.

            Claro está, por otra parte, que un sistema social tan complejo como nuestro no puede no disponer de fallos y de disonancias en su seno. Incluso puede necesitar de esas disonancias, de la flotación en el aire de una variedad de alternativas amenazantes y disponibles en Internet para el consumo de los presumibles contestatarios. Esto parece esencial: pues una disonancia adecuada crea la ilusión de una sociedad heterogénea y multiforme, que existe una verdadera diversidad y que de verdad se da un pensamiento libre e independiente entre las masas de los clientes del Capital. El sistema actual no promueve expresamente la uniformidad: es más listo. Sé tú mismo: es lo que te dice la propaganda, es decir, sé único e irrepetible, adquiere una identidad propia y, por tanto, ideas propias acerca del mundo y de ti mismo. Lo que pasa es que al mismo tiempo que uno se esfuerza en conseguirlo, en ser singular, se hace igual que los demás: adquiere, desecha y vuelve a adquirir identidades prefabricadas (¿qué te puede definir más que el coche que conduces o el modelo de teléfono móvil que llevas o los programas de radio que escuchas?) y recolecta opiniones que la propia sociedad se encarga de imponer a través tanto de los medios de información, como de la educación en sus distintos niveles, es decir, ese individuo se empapa necesariamente de la ideología dominante. Una ideología eficaz será aquella que podrá albergar e integrar en su seno la mayor cantidad posible de esas disonancias y alteraciones de tal forma que nunca consigan producir una rotura con ella, que pueda convertirlas en meras opiniones que formarán parte del mismo cuerpo del que, tal vez, pretendieran en algún momento separarse.

*

Intuyo que tras esta muy escueta y breve exposición, algunos se preguntarán si entonces, los medios digitales de difusión de información no pueden de ninguna manera servir para fines liberadores, para la difusión de un pensar verdaderamente libre, contrario a las mentiras en las que se sostiene el dominio del Estado y del Capital en sus formas actuales. Seguro que algunos se acordarán de las primaveras árabes o de movimientos anti-globalización u otros para sugerir que estas redes sociales sirvieron a los manifestantes para organizarse y etc. A mí mismo me viene ahora el recuerdo de cómo en las recientes protestas en Bielorrusia estas redes sociales han tenido seguramente un papel importante en la difusión de aquella información que bajo ningún concepto podría aparecer en la televisión o la prensa escrita, controladas por el gobierno. No tengo ni la menor intención de desmentir esas sugerencias ni esos posibles usos de las redes sociales para difundir contra-información o efectuar intercambios de toda índole, lo que muestra que el sistema de dominación nunca es tan omnipotente como lo parece. Ya por el propio hecho de que estemos utilizando un medio digital para hablar de esto nos sitúa, aparentemente, en una posición de contradicción. Este modesto panfleto sería un ejemplo claro de ello: pretende oponerse[3] al sistema utilizando herramientas digitales que sirven, al parecer, para su sostenimiento. Aún así, eso no impide que haya razones para desconfiar de los progresos tecnológicos (sobre todo, de los que aparecen a raíz de las nuevas tecnologías). Por el muy breve análisis que hemos hecho resulta evidente que pensar en que todo este complejo tecnológico ha surgido para liberarnos es más que dudoso: “La tecnología está por completo bajo el embrujo del capitalismo” que a su vez “es esclavo de la tecnología creada por él mismo”[4]; que, al contrario, cabe sospechar que estos medios forman parte de un sistema tecnológico complejo, de un todo, que lo que busca es perpetuarse y, por tanto, reducir al mínimo las posibilidades de libertad, de ruptura, de salida del Estado (y, por ende, del Capital). Estos medios han nacido en la sociedad de masas y apuntan a su consolidación. La pregunta importante es esta: estos aparatos que sirven para la fabricación de las masas ¿pueden servir a otra cosa que no sea hacernos cada vez más masa? Además, cabe plantearse otra pregunta para, tal vez, evidenciar que en el uso de estos medios digitales no reside nuestra salvación: ¿son necesarios estos mass-media digitales para que podamos hablar y comunicarnos libremente? ¿O es que podríamos hacerlo sin recurrir a su uso? Si nuestra posibilidad de pensar dependiera de estos medios, estaríamos ya derrotados. Es más: en el caso poco probable (pero nunca imposible) de que deseáramos dejar de ser masa de individuos sometidos y nos opusiéramos a ello, ¿no tendríamos que por fuerza deshacernos también de las formas de relacionarse que nos imponen estos medios? Por ahora, me contento con formular estas preguntas.

No obstante, tal y como está la situación en la que las posibilidades de ruptura con este complejo sistema tecno-científico son mínimas, parece que se nos dibuja una vía para buscar usos imprevistos en estos medios que sirven para los fines de la dominación. Mientras no podamos destruirnos como esa masa de individuos fácilmente manipulables y oponernos de frente al tecno-dominio que destruye la vida, mientras estemos dentro, a aquellos que todavía conservan razones para rebelarse, a pesar del encierro que padecen, parece quedarles la dudosa opción de buscar posibles grietas en este sistema de medios de fabricación de información para contradecir lo que se impone. Y es que no son infalibles en su determinación, dejan resquicios y grietas que pueden ser aprovechadas y de hecho se aprovechan. Pero el asunto, de todas formas, se presenta complejo, pues no podemos estar seguros de que al utilizar nosotros estos medios tecnológicos somos los protagonistas de la acción y que, por el contrario, no estamos siendo utilizados por ellos. Es decir, esa posible opción de aprovecharnos del mal funcionamiento de estos medios no nos tiene que llevar a un optimismo tecnológico, pues sellaría nuestra derrota ante el avance de esta dominación tecno-democrática: pues, además del hecho de que forman parte de un todo que sirve para dominar, estos medios parecen también estar bien constituidos para tolerar esas fugas, pues precisamente al ser estos unos medios de masas, todas esas fugas pueden perderse entre una ingente cantidad de información que viene a encerrarnos en ser masa de individuos sometidos al Estado y al Capital. Simple cuestión de cantidad: lo que en ellos pueda decirse de lúcido y razonable se pierde entre las enormes avalanchas de informaciones que, pretendiendo o no, confirman el orden imperante. Además, no hay que olvidar que por mucha confianza que se tenga en que estos medios puedan servir para rebelarnos contra el Poder u organizarnos para manifestarnos en las calles, el tiempo que pasa nos muestra que lo que se afianza, mientras tanto, es este dominio funesto para la vida y no las comunidades de lucha contra él, que mientras se experimenta el auge de los medios digitales y del uso de Internet, la vida sigue derrumbándose…

Y es que en fin, no cabe duda de que para que se pudiese hablar libremente habría que estar libres de todas las mentiras que se suministran a través de los distintos canales informativos y educativos. La mentira que imposibilita la reconstrucción de algo que huela y sepa a vida se teje diariamente en estos medios: son sus instrumentos de perpetuación, no pueden ser sino fuentes de producción de enorme cantidad de información de todo tipo necesaria para imponer esta forma actual de dominio (¿sería esta producción de información que parece inevitable en estos medios algo útil y necesario para la vida recobrada?). Un individuo sometido y fabricado por estos medios y que use las redes sociales difícilmente podrá, por un mágico efecto de estas, usarlas para decir algo libremente, desmintiendo las mentiras que ha tenido que aprender a lo largo de su vida. Estos medios de por sí no está nada claro que puedan constituir un elemento liberador. La ruptura con el Estado y con el Capital pasaría, sin lugar a dudas, por una ruptura con la sociedad de masas y los instrumentos que intrínsecamente llevan a su reproducción. Pues solo una comunidad que naciera a partir de un enfrentamiento contra ella podría proveerse de medios que no fueran tan claramente sospechosos de servir a la servidumbre. Pero eso lo desearán solo aquellos que querrán salirse de esta sociedad que profundiza cada vez más en su carácter destructivo, solo aquellos que no estarán contentos con lo que son, y no aquellos que pretenden gestionarla de otra forma y ser masa de otra forma. Con ellos estamos dispuestos a emprender esta marcha.


[1] Evidentemente, no es obra de ninguna mente maligna ni ningún cálculo frío y racionalizado. Pareciera como si fuera el propio desarrollo de las tecnologías el que marcase estas pautas.

[2] No se debe tomar esta expresión como una muestra de altivez ni desprecio por nuestra parte, sino como mera constatación racional. De hecho, esa ley de que “la mayoría siempre es idiota” no la hemos descubierto nosotros.

[3] Otro asunto es si es que en efecto en este panfleto se llegan a pronunciar aunque sean unas pocas palabras de rotura con las ideas impuestas. Eso sería otro tema de debate.

[4] Landauer, Gustav (2019): Llamamiento al socialismo. Por una filosofía libertaria contra el Estado y el progreso tecnológico. Ediciones El Salmón, pp.138-140.