Váyanse al psicólogo

Una vez más lanzamos una breve reflexión, a ver si con ella acertamos o no en decir algo que valga la pena ser pronunciado. No podíamos quedarnos sin decir nada respecto a la milagrosa proliferación de todo tipo de expertos en el alma y de sus recetas curativas, con las que pretenden solucionar nuestra vida.

¿Qué, pobre diablillo? ¿Qué esto que ellos venden como vida te está destrozando? ¿Y que, encima, en vez de hacerlo de forma instantánea, lo hace lenta y dolorosamente, como disfrutando y revolcándose del gusto en tu sufrimiento? ¿Y qué no puedes aguantar por mucho tiempo este sentimiento que se te está revelando en cada nueva herida abierta? ¿Qué si lo que quieres tú es ser feliz, pero que a cada paso esa felicidad individual se te revela como una mera ilusión y que, por ello, no haces más que pasar disgustos? ¿Qué ni el trabajo, ni la novia ni tus hobbies te curan del mal? ¿Qué has intentado refugiarte en la rutina y ni así? Bueno, ya estás agotado de tantas preguntas que te estoy haciendo.

Aquí no vas a encontrar remedios para cerrar en falso tus heridas, pues lo que hacemos aquí es lo contrario: no dejar que estas heridas se cierren en falso, hacer el muy humilde esfuerzo por tratar de hacer ver el veneno y la mentira de los grandes y pequeños remedios a los grandes y pequeños males que nos asechan. Y si hace falta, preferimos que estas heridas estén abiertas, porque solo los muertos, se supone, no sienten dolor. Y nosotros, como queremos vivir un poco a pesar de la muerte reinante, ¿cómo vamos a permitir que estas muestras de la vida, aunque solo sea de dolor y de desengaño, no broten para hacernos ver que estamos en el reino de la muerte? Esta parece ser la gran paradoja en la que estamos metidos por estas alturas del progreso: que el progreso ya no nos hace felices, que, más bien, nos jode la vida, se impone sobre ella aplastándola; y tú tienes que escoger entre el vivir de estas heridas, esperando que de ellas brote nueva sangre con la que podrías, tal vez, destruir el veneno que te suministran cada día, sentir el dolor por aquello que te acaban por truncar y suplantar por un sucedáneo que no te hace sentir nada o, en cambio, buscar con todas tus fuerzas cerrarlas, siempre en falso, evidentemente, pues los remedios que te venden como soluciones a tus dolores no son más que aturdimientos de dolor y de conciencia. Si, ya puesto, prefieres lo primero, no queda más que seguir afrontando lo que se nos viene cada día encima pero, al menos, sin dejarnos engañar en demasía. Si optas, al contrario, por lo segundo, ya sabes lo que tienes que hacer sin que yo te lo tenga que decir: vete al psicólogo.

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