Sucinto análisis del informativo

En los informativos de cada día nos llevan anunciando la buena nueva: el paraíso robótico, digital y tecnicista que se nos viene. La vieja utopía comunista, maltrecha y malparada, se ha quedado muy atrás chupando el polvo. En nuestra trayectoria recta por la senda del Progreso, ninguna meta es más real que la del mundo cada vez más tecnificado. Los coches voladores nos ayudarán, a cada uno, individualmente, tal y como manda la ideología democrática, alcanzar la meta establecida. El presidente del Gobierno y el Rey de España ya están allí certificando, con su presencia y aprobación, el futuro. Todos los días los noticieros se encargan de irradiar a los televidentes con el entusiasmo y la ilusión que proyecta el avance imparable en el campo de la Inteligencia Artificial (IA). Todos los días se nos insiste en la gran utilidad de la IA, en la cantidad de problemas que viene a solucionar. Se podría decir que vivimos en un mundo donde la utilidad de una cosa no se nos presenta de por sí, como una evidencia que nos brinda la práctica, sino que tiene que recurrir a la propaganda y la publicidad diaria para convencer a todos de su realidad. Todo lo cual, lógicamente, le hace a uno sospechar sobre esa supuesta utilidad de los chismes que anda vendiendo el Mercado.

En el mismo noticiario, junto a una buena dosis del tecno-optimismo y del tecno-entusiasmo sin freno, se nos anuncia que hay por Europa contabilizados más de 9 millones de jóvenes con problemas de salud mental. Al parecer, muchos de ellos padecen depresiones y ansiedades, y no son inhabituales los casos de suicidio entre ellos. Claro, en seguida la noticia nos inyecta un tranquilizante: se habla de los jóvenes, sobre todo de familias más pobres, que todavía no tienen el acceso al bienestar y que, por eso, el sistema ha de encargarse del problema y resolverlo, o sea, de incluirlos en el mundo de la prosperidad y del bienestar. Acto seguido, la pantalla nos traslada a Barcelona donde tiene lugar una juerga de jóvenes norteamericanos, rebosantes de ese bienestar y alegría de la que aparentemente están privados los 9 millones de desgraciados con problemas de salud mental. Este amasamiento de noticias no puede ser inocente: debe ser que estar encerrado en una sala llena de ruido (que apenas ya recuerda lo que era la música), con la compañía de alegres Spring breakers que disfrutan de la posibilidad de “travelling around the world” para hacer las mismas tonterías que hacen habitualmente en Oklahoma o Míchigan, no es sospechoso de ningún trastorno, sino de mero bienestar y de felicidad. Parece ser que aguantar no sé cuántas horas seguidas un ruido infernal en un ambiente donde es imposible nada más que la intoxicación de los sentidos y el aturdimiento de la conciencia se considera como señal de un estado de salud mental óptimo. A veces uno se pregunta de quién está peor: si lo está quien ha sido declarado enfermo o trastornado o quien es considerado absolutamente normal.

Claro, como uno a veces no puede evitar pensar mal, puede intentar aunar ambas cosas, el tecno-entusiasmo provocado por la IA y los robots de la futura liberación y del futuro progreso con el abismo negro de la depresión que campa a sus anchas por el mundo. Como consecuencia de eso, puede aventurarse uno a sacar la siguiente interpretación: que tal entusiasmo solo es un intento de recubrir, ocultar y huir de la desesperación y la podredumbre del mundo tecnocrático. Las depresiones, las ansiedades y toda la mala leche que asecha a uno como consecuencia de una vida que no sabe a nada y no tiene pinta de cambiar a mejor no puede presentarse en su desnudez: por contrario, se nos vende como una salida de la normalidad tranquilizante y como un caso excepcional que no hace peligrar el futuro esplendido al que nos lleva el desarrollo técnico.