Vivir eternamente

¿No quieres vivir eternamente? ¿No crees que envejecer no sea más que una enfermedad que algún día podrá curarse gracias al progreso científico? ¿Qué te parece si un día nos hacemos como los dioses de los pueblos antiguos y alcanzamos la inmortalidad? Que no, compañero, que no son preguntas que se hacen algunos chiflados. Son preguntas serias, de gente muy seria y hasta con estatus de científicos. ¿No crees tú, acaso, en la Ciencia? Pues ya puedes mirar con más optimismo al futuro. Con un optimismo razonable, claro: lo más seguro es que no seremos inmortales todos, cada uno de los tantos billones que estamos en la tierra, pues ya sabes que al igual que hoy, en los tiempos de la mortalidad, no todos tienen dónde caerse muertos, mañana, en la época de la inmortalidad, no todos tendrán dónde permanecer vivos.

Mira: ¡cuántos millones se gastan algunos adinerados persiguiendo el sueño de la inmortalidad! ¿Acaso crees que toda esta gente se gasta esas millonadas para nada? ¿No serán ellos los primeros en darse cuenta por dónde empieza el camino al tecno-paraíso?

Eh, muchacho… ¡Y pensar que algunos ya se creían vivir en un mundo sin utopía! A cada ideología le corresponde su utopía, ¿no lo sabías? A la sociedad donde la Ciencia es la religión y la técnica es su profundo motor le corresponde una utopía con el correspondiente carácter científico y tecnicista. Cambia la envoltura, la presentación y la jerga, pero la cosa sigue siendo tan igual como cualquier otra utopía moderna. Hay que creer en algo, ¿no te lo dicen así todos los días? Algunos creyentes en los prodigios científicos de la futura inmortalidad van un paso por delante: creen en lo que al simple mortal aún le parece imposible. Claro, el pobre profano aún dispone de la facultad de preguntarse: ¿no será esa fe tan segura en el Glorioso Futuro robótico un modo de recubrir y ocultar la negativa de esos tecno-profetas a mirar el mundo tal y como es (donde los mortales no solo han de morirse algún día, sino que están continuamente expuestos a una especie de mortificación en vida y aturdimiento de los sentidos y la conciencia) y a tener que lidiar con la idiotez personal. Porque es que, en efecto, hay que ser lo suficientemente idiota como para querer aguantar la estupidez de uno mismo durante toda una eternidad (sin darse cuenta, claro, esta es la condición de la estupidez).

Hemos entrado en una fase definitiva, a partir de la cual todo deseo de mejora cualitativa en la sociedad se basa en la creencia en que el Hombre y su Ciencia puede (y como puede, debe) corregir todas las imperfecciones de la naturaleza y de los humanos de carne y hueso. El mundo y la vida de antes eran tan impredecibles, incontrolables, aparentemente irracionales y, encima, el pobre hombrecillo es todavía mortal. ¡Qué cosa más arcaica e injusta esa de tener que morirse uno (con todos los millones que a uno le pueden quedar aun por gastar y mover de un sitio para otro)! Ya va siendo hora de que el Hombre, equipado con sus novísimos adelantos técnicos y científicos, fulmine todo ese cúmulo de imperfecciones y cree un mundo donde todo es previsto, controlado y perfecto: o sea, un perfecto mundo de la muerte (que es prevista, controladora y absolutamente perfecta, pues si te mueres una vez, ya no hay quién te saque de allí, muchacho; a la muerte le basta con alcanzarte una sola vez).

A lo largo de la historia, se ha soñado con la inmortalidad. Los científicos están dispuestos a cumplir tal inveterado sueño del Hombre. En toda sociedad histórica, en cualquier civilización se han perseguido los Ideales correspondientes a cada tiempo en la búsqueda de la Gloria eterna. El paso del tiempo nos deja algún que otro recuerdo de estas civilizaciones y sociedades, y gracias a ello podemos apreciar esa estupidez y vanidad del Hombre, que se pasa la vida haciendo el imbécil. Así pasará seguramente con nuestra civilización: no será sino otra huella, la más perfecta y lograda de todas, de la estupidez del Hombre. Ojalá quede alguien, razonable y sensible, para apreciarlo.