Mamá, ¿de dónde viene el caos?

En lo más profundo de nuestras creencias, en lo más hondo de esta cobertura ideológica que nos asienta en el fango de nuestras vidas, late imperturbablemente la idea de que lo que se sale de lo normal debe de ser algún que otro resto de nuestra naturaleza salvaje, de lo que aún no ha pasado correctamente por el filtro de la Cultura y del Progreso y del caos anterior (y/o exterior) a la civilización, que es, a su vez, normal, buena, siempre tendente a la mejora (¿no vivimos en el mejor mundo posible acaso y que solo podrá mejorarse en el futuro?). Así, siempre que se mire alrededor (hoy en día esto significa fijarse en las pantallas de todo tamaño a tu alrededor que te cuentan cómo es el mundo), se encuentra infaliblemente algún indicio de la perturbación constante de la buena marcha de las cosas: las guerras sangrientas con sus matanzas y horrores, la expansión brutal de la delincuencia y del crimen en muchas tierras del mundo, el autoritarismo de algunos gobiernos y su corrupción, la destrucción del entorno natural, el ruido espeluznante del que aparentemente disfruta tu prójimo y con el que te tortura sin demasiada maldad por su parte, la violencia brusca y desatada que se lleva por delante a mujeres y a niños en nuestras ciudades y pueblos, los famosísimos ‘problemas de salud mental’, las depresiones, la mala leche y la frustración y el resentimiento de los jóvenes, a quienes han prometido el Sol y la Luna, pero no han podido dar más que empleo precario y la posibilidad de visitar a un psicólogo… En fin, ¿qué haríamos con todo eso si no tuviéramos a nuestro alcance este tranquilizante en forma de la tendencia a concebir todo eso como una especie de manifestación de la barbarie que aún subsiste y da señales de vida a pesar de tan elevado grado de Cultura y de Civilización del que gozamos?

Las personas bienintencionadas y biempensantes parece que justamente tienden a equivocarse de esta precisa manera: se horrorizan ante los horrores del mundo, pero, para tranquilizarse, lo ven como una barbarie que se manifiesta en medio de una marcha de las cosas, por lo general, de lo más buena y deseable. Creen en el Progreso, esto es, creen que las cosas van mejorando con el paso del tiempo y a pesar de algún que otro retroceso momentáneo; creen en la Cultura y su Orden, por lo que, la barbarie y el desorden se lo imaginan en algún exterior, en la era primitiva de la Humanidad, donde no había propiamente ni Cultura, ni Civilización y donde todos éramos lobos el uno para el otro; creen en la necesidad (y la conveniencia, claro está) de educar y reeducar a la gente para que se deshagan de sus instintos salvajes y se comporten de forma civilizada; y creen, por supuesto, que el problema consiste en que aun no todos los humanos disponen de ese derecho de disfrutar de las bondades y los beneficios del Desarrollo y del Progreso, por lo que se apresuran, adhiriéndose a las grandes organizaciones de masas, a buscar formas de incluirlos en el reino de la Cultura y de Progreso.

Pues bien, aquí quiero recordar que las cosas no pueden ser así, por el simple hecho de que todas estas aparentes perturbaciones y las salidas de la normalidad forman parte de la Cultura, de la Civilización y del Progreso. Toda esta barbarie no nace fuera de nuestro Orden, sino que precisamente nace de sus entrañas: el ruido, la imbecilidad, la matanza y el desorden son parte esencial del Orden y del Progreso, no son restos de ninguna barbarie primitiva ni del carácter salvaje de la naturaleza. Es la ordenación y la organización cultural y progresista de nuestra sociedad lo que genera toda esa mugre, y, dado que se vuelve cada vez más grande, abarcadora y compleja, esa mugre es cada vez más difícil de manejar, y, aun así, es absolutamente necesaria para el Orden justamente por lo que se decía arriba: porque nos da la tranquilidad al pensar que hay cosas normales y buenas, formas de ser normales y sanas, frente a toda esa aparición excepcional del trastorno, la barbarie y la enfermedad. Y, claro, de ahí a pensar que este Orden puede ser de verdad mejorado y sanado y que la acción política debe ser encaminada hacia tal fin solo hay un pequeño paso.

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