Breves notas sobre la situación actual en Bielorrusia

A los propios y a los extraños les ha sorprendido la revuelta contra el régimen de Łukašenka en Bielorrusia. A comienzos de estas revueltas escribimos una breve síntesis para ofrecer cierta perspectiva histórica a los lectores extranjeros[1] (para, a la vez, distanciarnos totalmente de ella, pues la Historia no es más que el pasado muerto de los vencedores de turno). Ahora, tal vez, sea un buen momento para volver a anotar ciertas cuestiones respecto a las protestas de este año en este país de la Europa Oriental.

En primer lugar, seguimos apoyando la revuelta de la gente contra el régimen establecido en Bielorrusia, pues, entendemos, que nada hay mejor ni más sano que volverse contra la forma de Poder que a uno le toca sufrir. Ahora bien, tampoco somos partidarios de la autocomplacencia y de la falsa ilusión y no pretendemos mostrar la realidad de una manera fantástica con el deseo escondido de sentirnos consolados. En las protestas bielorrusas el anti-capitalismo o el anti-estatismo (que entendemos que son prácticamente lo mismo) brillan por su ausencia, si no contamos con algunas honradas excepciones que no sobrepasan los límites de lo totalmente marginal. La destrucción del régimen de Łukašenka no puede tomarse por separado de la crítica radical de la forma dominante del dominio en el mundo actual que es la democracia de los estados desarrollados, y es algo que, lamentablemente, parece suceder. Y este es, a nuestro juicio, el error más grave que se está cometiendo: toda la carga negativa se está reduciendo prácticamente al ataque contra Łukašenka y su forma autoritaria de gobierno sin ningún cuestionamiento de las lacras de la sociedad moderna en sus formas más progresadas, cuyos rasgos también son más que patentes en Bielorrusia, aunque no de una forma tan clara y enraizada como en los países más avanzados.

Las protestas en Bielorrusia hasta ahora han perdido el hálito rebelde y poco a poco se han convertido en mero reclamo de esa democracia que se les está vendiendo desde el mundo del Desarrollo: algo legítimo, desde luego, pero, evidentemente, esto nos pone ante unas tesituras bien delicadas, si lo que pretendemos es rebelarnos contra el sistema establecido, estemos donde estemos. El sano impulso negativo, que estalló contra el régimen una vez que se celebraron las elecciones presidenciales, ha sido ahogado precisamente gracias a la imposición de la fe en la democracia, en ser Europa, en el sueño europeo de muchos bielorrusos y, ¿cómo no?, en las caras de los líderes mediáticos que quieren aprovechar esta situación. Es decir, las protestas se están ahogando no solo por la brutal represión policial (parece que el aura del estalinismo nunca abandonará las tierras bielorrusas, para siempre marcadas por las fosas comunes y las cruces sobre los restos de los olvidados de la Historia del comunismo), sino también, nos tememos, que se están asfixiando desde dentro por la imposición de estas aspiraciones a las formas más perfeccionadas del Poder: algo que en los países vecinos, como Lituania o Polonia, ha sucedido ya tiempo atrás, mientras que en Bielorrusia se ha asentado durante las últimas tres décadas esta forma de Poder todavía algo más arcaica. Por muchas supuestas ventajas que pueda traer el establecimiento de la democracia en el país, no se trataría sino de una modernización y actualización de las formas del Poder, esto es, el perfeccionamiento del dominio y de la sumisión, que presentan formas de esclavitud más ocultas, más sutiles, sin demasiada violencia física evitable. En los regímenes tipo bielorruso, la sumisión aún no discurre del todo por vías de la ilusión de que uno hace lo que hace porque él mismo, libremente, lo ha decidido así, sino que, por debajo y en voz baja, la gente susurra que lo que tienen se les está imponiendo desde arriba. Lo que no sabe la gente que rechaza vivir bajo este régimen y que, como alternativa, corre a abrazar la imagen de la democracia progresada es que su régimen dictatorial efectúa una importante función en el sostenimiento de esta imagen y de esta ilusión de ser libres en la democracia: pues ya solo por la mera existencia de estos regímenes menos perfeccionados, la democracia aparece ante nuestros ojos como un islote de libertad y prosperidad. Y así, lógicamente, caen en la trampa.

Y, por otra parte, hay una cuestión relacionada con todo lo dicho todavía más grave: la aspiración a la democracia, que, como decimos, no es más que la forma histórica más perfeccionada del Poder, muestra ya de por sí que en Bielorrusia no hay más que individuos atomizados de la masa y que, por tanto, los procesos de regeneración comunitaria y de reapropiación de los restos de vida que nos quedan apenas tienen lugar (y los conciertos acústicos improvisados en los barrios no pueden surtir más que el mismo efecto que cualquier concierto habitual). De la masa de individuos no ha podido brotar hasta ahora nada relativamente notorio que nos indicara el renacimiento de una verdadera comunidad de lucha que de verdad se plantease la salida del Estado y, por tanto, del Capital y la experimentación con otras formas de relacionarse, de vivir y de sentir que no sean las impuestas desde los Cielos de la Democracia y del Desarrollo. Es muy difícil luchar contra el Desarrollo en los países que ya han llegado a tener un nivel de desarrollo muy notable, pero lo es aún más en aquellos lugares donde este Desarrollo es todavía más una aspiración que una realidad, como Bielorrusia. La crítica radical no tiene nada que ofrecer a aquellos que reclaman elecciones libres y trasparentes y sueñan con la sociedad espectacular basada en el dominio casi omnipresente del dinero y en la suplantación de la vida por un tiempo muerto administrado desde los aparatos del Estado y del Capital. Los bielorrusos no rechazan esta sociedad actual que se hunde, sino tan solo su forma arcaica, desactualizada, y desean, a cambio, disponer de su forma más espectacular y más progresada. No reconocer eso, que es algo muy palpable para cualquiera que tiene relación relativamente duradera con las tierras bielorrusas, constituiría un error de raíz que anularía cualquier intento de una crítica radical de la sociedad.

Aún así, volvemos a insistir: no todo está muerto del todo, ni nunca lo está. Desde aquí seguimos deseando con todas nuestras fuerzas la caída del régimen de Łukašenka, el fin de la brutalidad de los órganos de represión, pero con una fuerte desconfianza respecto de las aspiraciones progresistas y democráticas que han envenenado, casi desde su comienzo, las protestas en Bielorrusia. Si vosotros, hijos del Desarrollo desarrollado, queréis contribuir de alguna manera a la rebelión en Bielorrusia, solo tenéis que criticar y atacar con todas vuestras fuerzas esa forma de dominio progresada que ya sufrís y a la que nosotros estamos aspirando, de una manera dramática y aparentemente irremediable, en Bielorrusia.


[1] Véase el “Futuro de Bielorrusia” en esta misma página web.

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